viernes, 24 de julio de 2020

Los ciclos económicos: Causas y consecuencias.

Desempleados haciendo cola para conseguir un almuerzo gratis
durante la Gran Depresión de los años 30.

Precios y mercado. 

En el mercado hay todo tipo de precios. Los precios de los bienes de consumo son el ejemplo más evidente, pero el trabajo también tiene precios, llamados salarios, y el dinero prestado tiene un precio, llamado interés. Los precios en el mercado son señales, en las que tanto oferente como demandante pueden confiar para tomar sus decisiones. El control de precios, inexorablemente, desorienta tanto a los productores como a los consumidores. Por ejemplo, los precios "bajos" establecidos para los productos limitan la oferta, mientras que los precios "bajos" establecidos para los consumidores estimulan la demanda. En consecuencia, el control de precios aumenta la brecha entre la oferta y la demanda, y por el contrario, no soluciona el problema de la escasez, lo empeora: genera mercados negros, incentiva el cohecho, la ineficiencia, y pronto, los bienes y servicios pierden calidad.

Para ejemplificar la importancia que tienen los precios en el mercado, cerca del final del gobierno comunista soviético, dos economistas, Shmelev y Popov, afirmaron: "Todo está interconectado con el mundo de los precios, de tal manera que el cambio más mínimo en un elemento se transmite en cadena a otros millones de productos". En aquellos momentos los precios en la Unión Soviética eran fijados por planificadores centrales, y la escasez, sobre-producción, incluso de manera simultánea en distintas partes del país, sucedían recurrentemente. Adam Smith, el economista liberal más famoso, no lo habría podido decir mejor. Existe una fuerza que "guía" y "coordina" los esfuerzos individuales de manera espontánea como si se tratase de una "mano invisible", pero esta "mano invisible" no era una entidad planificadora sobrenatural o una fuerza de coacción y compulsión gubernamental, sino el sistema de precios actuando libremente.

Los controles de precios, en definitiva, generan consecuencias desastrosas, enviando mensajes erróneos a los actores económicos. La aparición de un generalizado desorden y desajuste social precisamente en todos los niveles y áreas en los que incide la coacción gubernamental es una consecuencia común del control de precios. En efecto, se favorece la creación de información errónea y la generación de acciones irresponsables (en el campo económico, la ineficiencia y mal uso de los factores productivos, escasez y sobre-producción continua y simultánea, etc), favoreciendo el desarrollo de la economía oculta o irregular (mercados negros) y creando y manteniendo, en suma, todo tipo de desajustes y conflictos sociales (como la concesión de privilegios, la corrupción y el cohecho). Bajo una economía de mercado, los controles de precios son relativamente escasos, o directamente nulos. No obstante, en el actual sistema, se da una de las manipulaciones de precios más mortales para la sociedad en su conjunto, y de la cual se habla muy poco: el control de los tipos de interés.

La manipulación del tipo de interés. 

El tipo de interés, es el precio determinado en un mercado, en el que los oferentes o vendedores de bienes presentes son, precisamente, los ahorradores, es decir, todos aquellos relativamente más dispuestos a renunciar al consumo inmediato a cambio de obtener un mayor valor de bienes en el futuro. Por eso muchos denominan al tipo de interés también como "tasa de preferencia temporal". En todo caso, lo más importante es tener en cuenta que el interés, como precio de mercado o tasa social de preferencia temporal, juega un papel clave a la hora de coordinar el comportamiento de consumidores, ahorradores y productores en una sociedad moderna.

Al igual que otros precios, estos se forman y estructuran a través de la oferta y la demanda. El interés tiende a bajar, cuando hay un exceso de ahorro; cuando hay poco, por consiguiente, este sube. Una gran cantidad de ahorro, es la señal que índica a los empresarios que pueden embarcarse en nuevos proyectos de inversión. Cuando el tipo de interés (y las mayores o menores facilidades del mercado crediticio), es temporalmente manipulado y artificialmente reducido por los bancos, el proceso que emprenden se denomina expansión crediticia. Antes los bancos privados lo hacían bajo el amparo del sistema de reserva fraccionaria: en vez de guardar el 100% del dinero ahorrado por los clientes, solo mantenían una "fracción" del monto original, y el resto lo prestaban sin ningún consentimiento a través, precisamente de la expansión del crédito. Durante mucho tiempo fue duramente criticado este sistema. Las quiebras de bancos por falta de solvencia, como veremos más adelante en los próximos ejemplos históricos, eran recurrentes. Todo cambiaría, sin embargo, cuando de manera deliberada, aparecería la figura del banco central, un prestamista de última instancia, capaz de "salvar" a los bancos carentes de solvencia cuando no pudieran hacer frente a sus obligaciones.

Actualmente, el proceso crediticio se logra inyectando nuevas dosis de dinero creado de la nada, a través del sistema bancario, bajo el amparo del banco central. Esto se denomina "inflación". La facilidad con la que se puede adquirir "dinero barato", hace que los empresarios se embarquen en proyectos de inversión que antes no habrían emprendido debido a que no parecían ser tan rentables como se mostraban a primera vista. Pero la facilidad artificial impuesta por los bancos, permite ello, y el animo de lucro latente en el espíritu empresarial, no dejará que dicha oportunidad se desperdicie. Es así como, luego de un auge económico, impulsado de manera artificial por la expansión crediticia, los recursos productivos escasos de la sociedad, se utilizan de manera errónea. Finalmente, estas malas inversiones, serán liquidadas, en el doloroso pero necesario proceso de recesión que inevitablemente le sigue al auge inflacionario, que no es más que el ajuste espontáneo que el mercado emprende para coordinar los esfuerzos productivos nuevamente a lo que verdaderamente demanda el consumidor.

Ya sea a través del sistema de reserva fraccionaria de la banca privada, o el crédito inflacionario del banco central, o ambos actuando en conjunto, como sucede en la actualidad, tal y como menciona Rothbard: "En el mercado libre, la tasa de interés constituye una guía indispensable para la dimensión temporal con respecto a la urgencia de las apetencias de los consumidores. La intervención del banco en el mercado ocasiona la disrupción de ese precio libre y deja a los empresarios en la imposibilidad de satisfacer apropiadamente los deseos de los consumidores, sin poder efectuar la debida estimación de la estructura de producción más provechosa. Tan pronto como pueden, o sea, apenas llega a sus manos el dinero, incrementado, los consumidores restablecen sus preferencias temporales (las proporciones antiguas en cuanto a diferenciales, inversión y consumo). El exceso de inversión en las etapas más alejadas y la inversión insuficiente en las más cercanas quedan ahora al descubierto". 

Auge y depresión. 

Hemos dicho que las tasas de interés son básicamente un precio que en un mercado libre fluctúa de acuerdo a la lógica de la oferta y la demanda. Esto implica que, en ausencia de manipulación monetaria, los proyectos de inversión estarán respaldados por ahorros reales, es decir, riqueza existente en la sociedad disponible para ser utilizada y que se expresa en la forma de bajas tasas de interés. En consecuencia, todo proyecto de inversión comenzado bajo tales condiciones será rentable en términos de costos versus retornos, y por tanto susceptible de ser terminado sin problemas. Si, por el contrario, las tasas de interés son altas, el mercado estará enviando una señal en el sentido de privilegiar el consumo presente, y por tanto no existirán los recursos liberados que hagan viables proyectos de inversión de mediano y largo plazo. Esto, a su vez, prevendrá a los potenciales inversionistas de tomar créditos para invertir en proyectos de largo plazo. Así, una alta tasa de interés determinada por el mercado impide la toma de decisiones económicamente irracionales. Pues bien, todo este proceso se desvirtúa si introducimos a un banco privado funcionando a través del sistema de reserva fraccionaria o lo que es peor, a un banco privado acompañado de un prestamista de última instancia que lo "salve" en momentos de apuros: el banco central. La introducción del banco central, en la actualidad, es la principal causa de crisis económicas que sopesa el mundo moderno, es en definitiva, el último indicio de economía soviética que aún perdura en la economía.

Una forma bastante didáctica de sintetizar el efecto central de las tasas de interés artificialmente bajas en la economía es la que plantea Peter Schiff en su libro Crash Proof. Imaginemos un célebre circo que viene a un pueblo. El circo es tan exitoso que atrae a miles de visitantes de otros pueblos vecinos, con lo cual la actividad económica del pueblo experimenta un repentino boom. Mientras tanto, el dueño de un restaurante cercano a donde se encuentra establecido el circo, ignorando el origen de la mayor demanda por sus servicios, pero entusiasmado por la misma, decide contratar a más personal y expandir el negocio, construyendo una nueva cocina para poder atender a más personas. Al cabo de tres semanas, el circo se va de este pequeño pueblo a otro. El propietario del local se encuentra de pronto con que la expansión de su negocio no era sostenible, ya que la mayor demanda por sus servicios no se debía a un cambio en las condiciones económicas reales del pueblo. La burbuja ha reventado. Ahora nuestro personaje, enfrentado a la posibilidad cierta de la quiebra, deberá despedir gente, reducir costos y liquidar la cocina construida. La recesión comenzó para este empresario que interpretó mal las señales del mercado, realizando inversiones insostenibles que finalmente implicaron una destrucción neta de riqueza, llevándolo a ser más pobre que antes del auge. Ante esta realidad, el ajuste, aunque doloroso, es la única salida que queda para volver al equilibrio y la prosperidad.

Una analogía aún más precisa sobre el problema de los booms creados por la expansión artificial del crédito es la que traza Mises en la Acción humana, quien señala que cuando pensamos en los empresarios que han tomado decisiones de inversión basados en las falsas señales enviadas por la manipulación de las tasas de interés, debemos imaginar a un constructor que planea construir una casa. El tipo de casa que diseñe el constructor dice directa relación con los recursos, ladrillos, cemento, madera, etc. que éste posea. Si el constructor está convencido de que posee un 30% más de esos materiales de los que realmente tiene, va a comenzar a edificar una casa mucho más grande de lo que habría planeado si hubiera sabido de antemano exactamente cuántos recursos tenía a disposición. Nuestro constructor descubrirá, sólo cuando haya empezado la construcción, que su proyecto está sobredimensionado y por tanto no podrá terminarse. Esto significa que los recursos utilizados hasta ahora han sido mal invertidos, es decir, desperdiciados.

Llevado a la escala de una economía, este engaño causado por las tasas de interés artificialmente bajas es el responsable de las masivas malas inversiones, "cluster de errores", de miles de empresarios, quienes creyeron contar con los recursos suficientes para llevar a buen término sus proyectos. Cuando finalmente la realidad se impone, terminando con el boom artificial, estos empresarios caen en la cuenta de que sus proyectos no son viables y deben ser liquidados. Y tal como en el caso del dueño del restaurante, la recesión es la encargada de corregir las malas inversiones causadas por el boom, permitiendo reubicar los recursos escasos de manera más eficiente.

Todo lo anterior expone los severos daños causados por el espejismo inflacionario. Gran parte de los factores productivos que han sido destinados a proyectos de inversión insostenibles pueden considerarse destrucción neta de riqueza, pues dado que los recursos necesarios para hacer viable dichos proyectos no existían en la sociedad, éstos han debido ser extraídos de áreas eficientes de la economía, distorsionando la estructura productiva. Por ello Henry Hazlitt explicaba que "Basta una inflación relativamente suave para desarticular la estructura de la producción, favoreciendo la expansión excesiva de unas industrias a expensas de las restantes. Todo ello implica malinversión y derroche de capital. Cuando la inflación se derrumba o es detenida, la equivocada inversión de capital, en máquinas, factorías o edificios, aparece incapaz de producir beneficios suficientes y pierde la mayor parte de su valor". De este modo, la sociedad es hoy considerablemente más pobre que antes del boom. Los consumidores están peor, ya que se han desperdiciado escasos bienes de capital en la producción de bienes innecesarios en lugar de aquellos que los consumidores requieren. En cuanto a los productores, muchos simplemente deberán abandonar sus inversiones considerándolas pérdida total, pues los medios necesarios para continuar con su explotación no pueden adquirirse vendiendo los productos que producían. En palabras de Mises: "El resultado final de la expansión del crédito es un empobrecimiento general. Algunas personas podrán haber aumentado su riqueza al no dejarse llevar por la histeria masiva aprovechando las oportunidades ofrecidas por la movilidad del inversionista individual... Sin embargo la inmensa mayoría debe pagar la cuenta por las malas inversiones y el sobre consumo de tiempos del boom".

Algo que se debe aclarar, es que la inflación, en su definición austriaca del término, es diametralmente opuesta a la que comúnmente emplean los economistas convencionales, definición, según la cual, la inflación es el alza general de los precios. Para los austriacos, la inflación es la creación de nuevo dinero a partir de la nada. Pero la creación de dinero a partir de la nada, no implica un aumento general de los precios, pues en definitiva, depende de donde se inyecte ese dinero inicialmente. Los precios, por otro lado, aumentan de manera muy dispar. El alza general de los precios, como se describe actualmente a la inflación, es la consecuencia final de un proceso lento y largo. Además, existen muchas dificultades a la hora de relacionar oferta monetaria e IPC. Por ejemplo, economistas austriacos como Ludwig von Mises, Benjamin Anderson, F. A. Hayek, vieron que los precios de los productos básicos eran estables en la década de 1920, pero que otros precios en la estructura de producción indicaban problemas relacionados con la política monetaria de la Reserva Federal. Mises, en particular, advirtió que la política de "dólar estable" de Fisher, empleada en la Reserva Federal, iba a resultar en graves ramificaciones. Si uno observa los precios relacionados a las inversiones empresariales, tanto en los años 20 como en el 2008, los altos precios parecen ser la norma. Los mercados de acciones y bonos de EE.UU. estaban en, o cerca de, máximos históricos. La tierra agrícola, los mercados de bienes raíces en Manhattan y Washington DC, mercado de bienes de producción, el petroleo, el oro, así como el mercado de arte contemporáneo en Nueva York estaban en auge con ventas récord y precios altísimos. Tal y como predecían los austriacos. Después de todo, es allí donde se crea el dinero, y el lugar donde gran parte de él se inyecta en la economía. Y este tipo de precios, muchas veces no son reflejados por el IPC o similares

Pero volviendo al tema, quizá el más doloroso de los ajustes, es el que sucede en el área del mercado laboral. El estallido de la burbuja inflacionaria ocasiona un paro a corto plazo. Sin embargo, se debe recalcar, que esto solo sucede a corto plazo, y solo a corto plazo. Es completamente mentira y falaz que una depresión económica tenga que durar tanto tiempo, como sucedió por ejemplo en los años 30 en EEUU. Más allá de la expansión del crédito, el crash del 29 se agravó, y se convirtió en la Gran Depresión, debido a las intervenciones del presidente H. Hoover y su sucesor F. D. Roosevelt.

Hoover aumentó el déficit fiscal, los impuestos, inició un mega proyecto de obras públicas, subsidios agrícolas, proteccionismo, control de precios, entre un gran número de regulaciones más. Sin embargo, una de las intervenciones más dañinas del gobierno de Hoover tuvo lugar en el mercado laboral. En lugar de permitir la inevitable caída de los salarios durante una recesión, Hoover intentó todo tipo de medidas para mantenerlos artificialmente altos bajo la errónea creencia de que esto evitaría una contracción mayor en la economía. En su postura intervencionista, Hoover insistió en que las empresas no debían despedir trabajadores para no afectar su poder adquisitivo, proponiendo reducciones de jornadas laborales y otras fórmulas que permitieran distribuir el desempleo entre los trabajadores. A cambio, Hoover prometió a los líderes empresariales que el gobierno intercedería para que los sindicatos no hicieran huelgas exigiendo alzas de salarios en tiempos de recesión. El acuerdo entre líderes empresariales y el gobierno se oficializó con amplia cobertura de la prensa; Henry Ford incluso anunció alzas de salarios y la Federación Americana del Trabajo elogió a Hoover en 1930 en su revista American Federationist diciendo que el Presidente había dado a los líderes industriales "un nuevo sentido a sus responsabilidades". John Maynard Keynes también alabaría la determinación de Hoover de mantener los salarios altos a pesar de la crisis, calificando dicha política como "ampliamente satisfactoria". Hoover fue quien le otorgó un poder desmedido a los sindicatos, lo que causó graves problemas y conflictos en las décadas siguientes, e impidió que se reajustaran los mercados laborales correctamente, agravando aún más los problemas.

Desempleo y depresión. 

Aunque el desempleo aumentó tras la caída de la bolsa en el 29, su tasa no alcanzó ni la mitad de los niveles a los que llegó después de que el gobierno realizara intervenciones a gran escala en la economía. Thomas Sowell, en su análisis a la Gran Depresión, cuenta que los cálculos, mes a mes, de dos economistas, mostraron que el creciente desempleo llegó a un punto máximo del 9 por ciento dos meses después del crash de 1929, y luego siguió una tendencia a la baja, llegando a un 6,3 por ciento en junio de 1930. El desempleo nunca llegó al 10 por ciento en ninguno de los doce meses después de la caída de la bolsa de 1929.

Pero, tras una serie de intervenciones gubernamentales, la tasa de desempleo se disparó por encima del 20 por ciento durante treinta y cinco meses consecutivos. Estas intervenciones comenzaron con el presidente Herbert Hoover, con la imposición de los aranceles Smoot-Hawley de 1930, los aranceles más altos en más de un siglo, con la intención de reducir las importaciones para que así se pudieran vender más productos hechos en Estados Unidos, y de esta manera crearan más empleos para los trabajadores estadounidenses. Una declaración pública, firmada por mil economistas de importantes universidades del país, advirtió sobre los peligros de estos aranceles, indicando que la Ley Smoot-Hawley no sólo sería incapaz de reducir el desempleo, sino también sería contraproducente. Pero nada de esto impidió que el Congreso aprobase la nueva legislación o que el presidente Hoover la promulgara en junio de 1930. Después de cinco meses, la tasa de desempleo se elevó a niveles de dos cifras por primera vez en la década de 1930, y nunca cayó por debajo de ese nivel durante ningún mes durante el resto de esa década.

Las intervenciones del gobierno en la economía, que comenzaron con la presidencia de Hoover, continuaron y fueron incrementadas por su sucesor, el presidente Franklin D. Roosevelt. Como indica Sowell, pese a que a menudo se atribuyen los masivos niveles de desempleo de la década de 1930 a la caída de la bolsa de 1929, pasaron más de dos años tras el crash de 1929 antes de que la tasa de desempleo alcanzara el 20 por ciento, y se quedó en esos niveles durante casi tres años.

El gobierno de Roosevelt, por su parte, aumentó el gasto gubernamental a partir de 1934; el objetivo era incrementar la "demanda global" para estimular la producción y reducir la desocupación. La política tributaria estuvo destinada a redistribuir el ingreso; se aumentaron significativamente los impuestos a los ingresos de los niveles más altos, se puso un impuesto del 5% sobre las utilidades no distribuidas de las empresas y se intentó pasar por el Congreso un impuesto federal a la herencia que finalmente fue rechazado, pero a cambio hubo aumentos sustanciales en los impuestos sobre bienes inmuebles. Toda esta política de Roosevelt no logró mejorar la situación recesiva que se estaba viviendo. En el año 1933 la desocupación subió levemente respecto de 1932, pasando de 12.060.000 a 12.830.000. En 1934 bajó a 11.340.000, en 1935 a 10.610.000, en 1936 a 9.030.000 y en 1937 a 7.700.000, pero en 1938 y 1939 volvió a subir a 10.390.000 y 9.480.000 respectivamente. El Indice de Producción Industrial de la Reserva Federal estaba en marzo de 1933 en 60, subió a 100 en julio y, luego de la National Industrial Recovery Act, cayó en noviembre a 72; en mayo de 1934 subió a 86 para caer a 71 en septiembre. Como se puede ver, la política de Roosevelt no logró que la economía se recuperara en forma definitiva y se mantuvo casi todo este periodo en constantes vaivenes.

Esto es muy diferente a lo que sucedió, por ejemplo en ese mismo siglo, frente a la depresión de 1920, también conocida como la "depresión olvidada". Heredada por el Presidente Warren Harding de su predecesor, Woodrow Wilson, el primer año de la depresión de 1920 fue en muchos sentidos incluso peor que el primer año de la Gran Depresión. Por ejemplo, sólo en 1920 el desempleo aumentó de un 4% a un 12%, la productividad de la economía cayó un 21% y el Producto Geográfico Bruto se contrajo en un 17%. Y si la caída general de precios nunca superó el 11 % durante la Gran Depresión, en 1920 el índice de precios al consumidor cayó un 15,8%.

Enfrentado a una de las peores crisis económicas de la historia de Estados Unidos, Harding decidió hacer exactamente lo contrario a lo que haría Hoover y Roosevelt una década después. En lugar de estimular la economía con mayor gasto fiscal, entre 1920 y 1922 el presupuesto del gobierno central fue reducido a la mitad. La Reserva Federal, por su parte, que había expandido artificialmente el crédito antes de la crisis contribuyendo a intensificar el boom, esta vez no acudió a rescatar bancos e instituciones insolventes, dejando en cambio que la recesión siguiera su curso. En palabras de Benjamín Anderson, economista austriaco y profesor de Harvard que investigó a detalle este acontecimiento, un punto central de la política bancaria de la FED fue el que "los bancos extendieran crédito permitiendo a los clientes solventes mantener su solvencia; pero si un cliente era insolvente, se consideraba inútil arrojar dinero bueno sobre malo". Es más, la FED, en lugar de bajar la tasa de descuento, la aumentó a un 7% en 1920 sin modificarla una vez que la recesión había comenzado.

Como resultado de esta postura no intervencionista, hacia 1922 el déficit fiscal de Estados Unidos era de un tercio del de 1920, la economía crecía nuevamente y el desempleo había caído a un 6,7%, para continuar bajando hasta alcanzar un 2,4% en 1923. En pocas palabras, luego de algo más de un año de serios problemas económicos, la economía se había prácticamente recuperado. Y la razón de esta recuperación que ha dejado sin explicación a un sinnúmero de economistas fue, como señala Anderson, el buen trabajo que empresas y bancos, al actuar libremente, hicieron para limpiar drásticamente la debilidad crediticia y realizar los ajustes de precios, costos y métodos necesarios para volver al equilibrio.

Se puede concluir que: es fundamental liberalizar el mercado (principalmente el laboral) lo más que se pueda en momentos de recesión, principalmente para que la gente desempleada pueda reincorporarse lo más rápido posible al trabajo. Un mercado laboral rígido impide que las personas consigan trabajo de manera inmediata, ocasionando graves problemas económicos y sociales. Por otro lado, se debe crear un clima de confianza que permita nuevas inversiones tanto extrajeras como locales para que dichos puestos de trabajo sean creados y la demanda sobre ellos sea satisfecha. Esa es la única cura a la depresión, y el camino al crecimiento sostenido tras el colapso económico. La intervención en la economía solo puede tener una sola consecuencia, agravar los problemas. Miremos a Japón que por ejemplo, lleva 3 décadas estancado, a EEUU en los años 70, o sino a la propia Argentina, y otros tantos ejemplos más, de economías estancadas incluso en la actualidad producto del intervencionismo, y esta "fobia" a la recesión o "deflación".

Deflación y depresión. 

En tiempos de depresión siempre hay cierta deflación, pero la deflación, no es la causa de la depresión, sino la consecuencia. Si se quiere encontrar la verdadera causa, para establecer su debido efecto, uno se debe remontar a las épocas de auge económico, que es lo que hemos estudiado anteriormente. La causa final de la depresión y la recesión, radica en la expansión del crédito sin respaldo en ahorro real. En definitiva, en la creación de proyectos inviables a largo plazo y el endeudamiento a gran escala de la población. Como indica Joseph Salerno "el proceso de ajuste de la recesión se prolonga aún más por el hecho de que el auge ha causado estragos en el cálculo monetario, los amarres de la economía de mercado. Los empresarios han descubierto que sus éxitos espectaculares durante el auge fueron simplemente el preludio de un fracaso repentino y profundo de sus pronósticos y cálculos a realizar. Hasta que hayan recuperado la confianza en sus habilidades de pronóstico y en la confiabilidad del cálculo económico, serán comprensiblemente reacios a iniciar empresas riesgosas, incluso si parecen rentables. Pero si se permite que el mercado funcione, este malestar empresarial se cura a sí mismo ya que la restricción de la demanda de factores de producción reduce los salarios y otros costos de producción en relación con los precios anticipados del producto. La "tasa de interés natural", es decir, la tasa de retorno de la inversión en la estructura de producción, por lo tanto, aumenta hasta el punto en que los empresarios se sienten atraídos por renovar sus actividades de inversión e iniciar el proceso de ajuste. El éxito se alimenta de sí mismo, el espíritu de los empresarios aumenta y la recuperación gana impulso". Este suceso se denomina de manera errónea "deflación secundaria", y como explicamos, es producto de la incertidumbre causada por el burst repentino de la burbuja económica. Ya sea que esté acompañada o no de una contracción monetaria incidental, es, por lo tanto, una parte integral del proceso de ajuste. Es el requisito previo para la renovación de la audacia empresarial y la restauración de la confianza en el cálculo monetario.

Como el auge aumenta el dinero en "circulación" (inflación), una vez el estallido de la burbuja se vuelve inevitable, esta genera una contracción crediticia y de dinero en "circulación" (deflación), que facilita y acelera la liquidación de los proyectos de inversión erróneamente iniciados en la etapa expansiva. Esto implica, por supuesto, que cualquier intento político de detener o revertir la disminución de los precios de los factores y activos mediante manipulaciones monetarias o programas de estímulo fiscal retrasará o descarrilará el proceso de ajuste de la recesión. Muchos echan la culpa a la deflación de ser la causante de las crisis, incluyendo al oro. Pero el oro, tal como mencionó el economista José Ignacio del Castillo, es simplemente el chivo expiatorio del que se valen los inflacionistas. El resumió esta crítica de la siguiente forma: "No hay cosa tal como una insuficiencia de oro para que se desarrolle la economía. La relación entre el stock total y la producción anual es más grande que la de cualquier otro bien económico. El oro se oculta rápidamente en el momento en el que los inflacionistas imponen sus tesis, destruyendo las cuentas públicas, el crédito y la moneda. No existe ningún conflicto entre los intereses de la "sociedad" y los de las personas mayores. Se necesita muy poco oro, y a veces prácticamente ninguno, para llevar a cabo todos los intercambios de renta y riqueza que se producen en el normal devenir de los negocios, siempre y cuando se respete la libertad de elección de los individuos. Solamente cuando hay temor o expectativa de intervención estatal, la demanda de oro se vuelve desequilibrante. La política correcta como de costumbre es el laissez faire, déjese al mercado decidir que es lo mejor para sus integrantes".

Los infundados temores a la deflación, han generado una paranoia extremadamente peligrosa en el subconsciente de muchas personas, economistas y políticos, que debido a ello, impiden el necesario proceso de reajuste que conlleva la depresión. El profesor Jesús Huerta de Soto mejor no lo habría definido: la paranoia antideflacionista. Esto se debe principalmente, a que la población, se a acostumbrado a la expansión del crédito y la inflación. Cree que no hay otro mundo que no sea el de la perdida constante del valor del poder adquisitivo y por extensión, el aumento de los precios.

La idea de que los bancos centrales deben, y tienen la responsabilidad de hacer que los precios se mantengan "estables", los convierte en máquinas inflacionarias, y generadoras de ciclos económicos y cada vez, uno más grave que el anterior. No benefician a la población bajo ningún termino. En el largo plazo, este proceso de incremento de la masa monetaria es extremadamente dañino, pues la inflación acumulada a través de los años debido a este tipo de políticas implica un deterioro importante en el poder adquisitivo de las personas en beneficio del gobierno y de las élites financieras. En EEUU, la inflación acumulada entre 1971 y 2011 es de un 451,8%. Mientras que si se toma los años que van desde la creación de la FED en 1913, el precio a pagar por un producto que en 1913 costaba 100 dólares, en 2011 es de 2.257 dólares, lo que refleja una inflación acumulada de un 2.157,2%.

En un mundo de inflación crónica como en el que estamos viviendo, los bancos centrales y el gobierno no permiten a las masas beneficiarse de la baja de los precios producto de las mejoras tecnológicas y el aumento de la productividad, según ellos para "protegerlos", cuando esa "protección" al final del día termina creando un nuevo ciclo de negocios que estalla con mayor virulencia que el anterior, y es la gente de a píe, en última instancia, la que termina pagando los platos rotos por las acciones "bienintencionadas" de los burócratas gubernamentales y sus amigos empresarios.

Un excelente ejemplo histórico de cómo mejora la calidad de vida gracias a la disminución de los precios lo constituye el período entre 1873 y 1896 en Inglaterra, el cual ha dejado sin explicación a generaciones completas de economistas. En esa época, los países estaban sujetos al padrón oro, por lo que no podían aumentar la masa de dinero circulante fácilmente. Esto llevó a que durante dos décadas los precios en Inglaterra no hicieron más que caer debido al aumento de la productividad, lo que convenció a muchos de que estaban experimentando una "Gran Depresión". Sin embargo, la evidencia muestra que si bien los precios bajaban, en términos reales la sociedad era mucho más rica al final de la depresión que al principio. En efecto, en la Inglaterra post "deflación" los consumidores podían acceder a muchos más bienes y las empresas mantenían, en términos reales, excelentes niveles de utilidades. La conclusión es simple: la famosa Gran Depresión de 1853-1896 no es más que un mito. Ciertamente los precios bajaron, pero todos los demás índices de actividad económica, tales como producción de carbón y hierro, tonelaje de barcos construidos, consumo de lana y algodón, utilidades por concepto de comercio, formación de empresas, consumo per cápita de avena, té, cerveza y tabaco, entre otros, muestran una notoria evolución al alza. Aún más, la verdadera contracción de la economía se produjo poco antes de la Primera Guerra Mundial, cuando los precios iban al alza. Alfred Marshall, refiriéndose a este periodo en Inglaterra específicamente indicó que: "Es dudoso si los últimos diez años, que se consideran años de depresión, pero en los que ha habido pocos movimientos violentos de precios, en general, no han conducido más a un progreso sólido y verdadera felicidad que las alternancias de la actividad febril y el doloroso retroceso que han caracterizado cada década precedente de este siglo. De hecho, considero las fluctuaciones violentas de los precios como un mal mucho mayor que una caída gradual de los precios".

Otros ejemplos de deflación con crecimiento económico lo constituyen China y Estados Unidos. En China, entre 1998 y 2001, el PIB real aumentó en un promedio anual de 7,6%, mientras el nivel promedio de precios del retail bajó hasta en un 3,0% en cada uno de esos años. Se dice que en ese periodo de tiempo un millón de personas salieron de la pobreza cada mes. En Estados Unidos, en tanto, de 1880 a 1896 el nivel general de precios cayó en un 30%, es decir, un 1,75% al año, mientras que el ingreso real de las personas aumentó un 85%, o lo que es lo mismo, un 5% al año. Este periodo incluso dejó desconcertado al propio Milton Friedman, un gran defensor de las políticas estabilizadoras de precios. Milton Friedman y Anna J. Schwartz, refiriéndose al período de 1865 a 1879 en los Estados Unidos, en el que prácticamente no se produjo un incremento en la oferta de dinero, concluyen que: "El nivel de precios cayó a la mitad de su nivel inicial en el transcurso de menos de quince años y, al mismo tiempo, el crecimiento económico avanzó a un ritmo rápido... Su coincidencia arroja serias dudas sobre la validez de la opinión ahora ampliamente sostenida de que la deflación secular de los precios y el rápido crecimiento económico son incompatibles".

El argumento para defender la existencia de los bancos centrales es que sin éstos la economía sería inestable y susceptible de repetidos pánicos financieros. Se dice que sin ellos ésta no sería lo suficientemente moderna. Al momento de fundar la FED, el contralor de la moneda en Estados Unidos incluso afirmó que gracias a la creación de la FED "los pánicos financieros y crisis comerciales con sus postraciones y miserias pasarían a ser una imposibilidad matemática", agregando que de ahora en adelante "las quiebras de bancos nacionales serían virtualmente eliminadas". La verdad, no obstante, es que el mercado nunca ha sido más inestable ni las crisis más devastadoras que desde la creación de la Reserva Federal. Según registra el National Bureau of Economic Research, desde 1913, cuando se creó la FED, en Estados Unidos se han verificado las siguientes recesiones: 1918-1919, 1920-1921, 1923-1924,1926-1927, 1929-1933, 1937-1938, 1945, 1948-1949,1953-1954, 1957-1958, 1960-1961, 1969-1970, 1973, 1975, 1980, 1981-1982, 1990-1991, 2001 y finalmente 2007. Evidentemente algo salió mal con el cálculo matemático.

Boom & crash: Antes y después de la Revolución Industrial. 

Aunque se pueda creer que los auges y depresiones son un tema moderno, incluso antes de la revolución industrial sucedieron varios ciclos de negocios, y muchos catastróficos, en toda la palabra. En todos ellos, la actividad bancaria jugó un papel muy importante. Algunos de los ciclos más emblemáticos fueron, por ejemplo, las crisis acaecidas en la economía florentina a mediados del siglo XIV y en el siglo XVI. Se ha documentado cómo los bancos de Florencia expandieron significativamente el crédito desde comienzos del siglo XIV, lo cual generó un importante boom económico que convirtió a Florencia en el centro de la actividad financiera y comercial del Mediterráneo. Sin embargo, una serie de acontecimientos, como la bancarrota inglesa, la retirada de fondos napolitanos y el crash de los títulos de la deuda pública de Florencia, actuaron como detonantes específicos del comienzo de la inevitable crisis, que se manifestó con una quiebra generalizada de bancos y una fuerte contracción del crédito en el mercado.

La expansión crediticia que se llevó a cabo en la segunda mitad del siglo XVI en Florencia tuvo consecuencias aún más virulentas. Se dice que los bancos de Ricci utilizaron los fondos públicos como base monetaria para iniciar la expansión crediticia. Otros ejemplos históricos de auge y depresión producto de las expansiones del crédito, fue el caso de la emprendida por el banco de los Médicis en Venecia, que terminó quebrando en el año 1494. Los procesos de expansión y quiebra bancaria que afectaron a los banqueros de la plaza de Sevilla en época de Carlos V son otros ejemplos. Y también la gran depresión en que desembocó la expansión especulativa y financiera que creó John Law en la Francia de principios del siglo XVIII y que ha sido analizada con detalle por varios autores, entre otros el propio Hayek.

A partir de las guerras napoleónicas, con el inicio de la Revolución Industrial y la generalización del sistema bancario basado en la reserva fraccionaria, los ciclos económicos comienzan a reproducirse con una gran regularidad, adquiriendo ya los rasgos típicos más significativos que hemos expuesto.

Los más conocidos son el pánico de 1819, estudiado por Murray N. Rothbard en un libro que ha día de hoy es un clásico respecto al tema. La crisis de 1825 fue esencialmente inglesa, y produjo una burbuja básicamente en forma de inversiones en las primeras líneas de ferrocarril y en el desarrollo de la industria textil. La crisis de 1836 expandió el crédito para financiar nuevamente a los ferrocarriles, la siderurgia y el carbón, desarrollándose la máquina de vapor como nueva fuente de energía. El auge y crisis de 1847 se inicia a partir de 1840, tras el reinicio la expansión crediticia en el Reino Unido, extendiéndose igualmente por Francia y Estados Unidos. En 1857 se desata otra depresión con un esquema similar a los anteriores. Tiene su origen en un auge previo que dura cinco años, de 1852 a 1857. El 22 de agosto de 1857 es un día de verdadero pánico en Nueva York y muchos bancos suspenden sus operaciones. Le sigue la crisis de 1866, cuya etapa expansiva se inicia a partir de 1861 y en ella tienen un papel protagonista el desarrollo de los bancos en Inglaterra y la expansión crediticia iniciada por el Credit Foncier en Francia. Como consecuencia de la expansión, sube el precio de los bienes de producción, de la construcción y de las industrias relacionadas con el algodón.

La crisis de 1873 también muy semejante al de las anteriores. La expansión se inicia en Estados Unidos con motivo de los cuantiosos gastos a que dio lugar la Guerra de Secesión. En la crisis de 1882 la expansión crediticia se reinicia a partir de 1878 en Estados Unidos y en Francia. En Estados Unidos quiebran más de 400 bancos sobre un total de 3.271, extendiéndose el paro y la crisis sobre todo en las industrias más alejadas del consumo. La crisis de 1890-1892 se desata tras una expansión crediticia que se extiende por todo el mundo en forma de préstamos que llegan, sobre todo, a América del Sur. También se desarrolla mucho el sector de la construcción naval y el sector de las industrias pesadas. La crisis comienza en el año 1890, extendiéndose la depresión hasta 1896. Finalmente la crisis de 1907. De nuevo se reinicia la expansión crediticia a partir de 1896, durando la misma hasta 1907. En este caso los nuevos créditos, creados de la nada, se invierten en energía eléctrica, teléfono, ferrocarriles metropolitanos y construcción naval.

Los "felices años 20" y La Gran Depresión.

En los años posteriores a la Primera Guerra Mundial se inició una enorme expansión crediticia que comenzaría en los Estados Unidos. Esta expansión fue orquestada por la recién creada Reserva Federal (que se fundó en 1913), y se basó en los programas de estabilización del valor de la unidad monetaria que, respaldados por teóricos como Irving Fisher, J. M. Keynes, y otros economistas. Murray N. Rothbard, calculó que la oferta monetaria de Estados Unidos creció de 37 mil millones de dólares en 1921 a más de 55 mil millones en enero de 1929. Estas cifras son muy semejantes a las estimadas por Milton Friedman y Anna J. Schwartz, para los cuales la oferta monetaria pasó de más de 39 mil millones de dólares en enero de 1921 a 57 mil millones en octubre de 1929. La expansión del crédito duró casi 10 años.

El arquitecto de esta política monetaria artificialmente laxa fue Benjamín Strong, presidente de la Reserva Federal de Nueva York. Strong y el presidente del Banco de Inglaterra, Montague Norman, coordinadamente inflaron la masa monetaria durante la década del 20 con el fin de lograr "científicamente" un mayor progreso. Tiempo después, el propio Keynes describiría la "exitosa manipulación del dólar por parte de la Reserva Federal de 1923 a 1928" como un "triunfo". En el 1927, Keynes diría una frase que pasaría a la historia, por su majestuosa ingenuidad, obviamente: "No tendremos más crashes en nuestro tiempo".

F.A. Hayek fue testigo de la política expansionista en el crédito seguida por la Reserva Federal durante los años veinte. En efecto, en 1923-1924 dedicó quince meses a estudiar la política monetaria de la Reserva Federal de los Estados Unidos y fruto de esa estancia realizó un artículo sobre la política monetaria de los Estados Unidos después de la crisis de 1920, en el que se mostró bastante crítico al respecto.

Fisher, por su parte, declaraba en 1929, un par de semanas antes del crac, que las acciones habían alcanzado "un permanente y alto nivel" en su valor, esperando que este mercado estuviera "bastante más alto de lo que se encuentra hoy en un par de meses". Ludwig von Mises veía las cosas de otro modo. Escribiendo a más de un año antes del crash, Mises argumentó que la prosperidad defendida por economistas como Fisher era una ilusión: "Es muy claro, escribió, que la crisis debe venir tarde o temprano", añadiendo que ésta debe venir "primera y directamente por un cambio en la conducta de los bancos", cuyo error no es aumentar la tasa de interés, sino que aumentarla demasiado tarde, estimulando así aún más la burbuja.

A mediados de 1929 Mises incluso rechazó una tentadora oferta de trabajo del banco vienes Kreditanstalt, proclamando que "un gran crash está por venir y no quiero mi nombre conectado de ningún modo con él". Tal como Mises había predicho, el colapso finalmente llegó en octubre de 1929, seis meses después que la Reserva Federal pusiera fin a la expansión del crédito. La burbuja reventó llevando a una caída de un 89% en la bolsa durante los tres años siguientes, desplome del cual el mercado accionario no se recuperaría completamente hasta 1954. Lamentablemente, las intervenciones de Hoover y Roosevelt agravaron lo que se podría haber solucionado en un año o dos, como mucho, alargando la crisis y depresión por más de una década.

La estanflación de los años setenta.

La característica más típica de los ciclos económicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial es que han tenido su origen en políticas deliberadamente inflacionistas dirigidas y coordinadas por los bancos centrales. Bajo inspiración teórica keynesiana, durante las décadas siguientes al conflicto y hasta finales de los años sesenta, se consideró que mediante una política fiscal y monetaria "expansiva" podía evitarse el advenimiento de cualquier crisis. La dura realidad llegó con la grave recesión de los años setenta, recesión inflacionaria (stagflation) que echó por tierra y desprestigió teóricamente los postulados keynesianos. Las constantes inyecciones de dinero, los mercados del trabajo rígidos e inflexibles, los controles de precios, y las regulaciones excesivas en la producción y el mercado en general, hicieron que el paro se generalizara y la inversión cayera, mientras los precios, no paraban de aumentar.

Muchos países alcanzaron aumentos en los precios de hasta de dos dígitos, superando el 20% anual en Inglaterra, Italia y España, algo menos en Francia; en la India llegó a un pico el 30%; otros países como Turquía o algunos países latinoamericanos superaban el 100% anual; pero incluso EEUU o Suecia alcanzaron el 14% anual hacia finales de esa década. Los keynesianos suelen escudarse detrás del aumento de los precios del petróleo provocado por el cartel de la OPEP en 1973. Sin dudas ese aumento de precios tuvo un efecto de corto plazo en el mundo entero hasta que se acomodaron los precios relativos. Sin embargo, Alemania, a pesar de ser importador de petróleo, como Japón, solo tuvo un pico de 8% anual que fue controlado rápidamente. Tres años más tarde volvía al 2% anual. Lo mismo sucedió en Japón que pasó de tener un 30% a un 5% anual. Incluso en EEUU, los precios alcanzaron techo un año después del aumento del petroleo, con una tasa cercana al 12%, luego se redujeron a 5% en 1975, y finalmente aumentaron por encima del 13% en 1979.

El crash de 2008 y la Gran Recesión. 

Luego de que estallara la burbuja de las puntocom, comenzaría a gestarse la nueva crisis financiera, y por el momento, la más emblemática en este nuevo siglo: La crisis subprime de 2008.

Además de ser causada por la FED, debido a las constantes inyecciones masivas de liquidez, desde luego no fue la única herramienta del gobierno responsable, otras dos instituciones creadas por el Congreso de Estados Unidos, también tuvieron gran impacto, a saber, las instituciones hipotecarias Fannie Mae (Federal National Mortgage Association) y Freddie Mac (Federal Home Loan Mortgage Corporation). La primera tiene su origen en el New Deal de Roosevelt, y la segunda fue creada en 1970 en parte como complemento y en parte como competencia a la primera. En 1968 y 1970, Fannie y Freddie, respectivamente, adquirieron el estatus de "Government Sponsored Entities" (GSE) o "entidades patrocinadas por el gobierno".

Estas dos entidades fueron creadas para facilitar el crédito inmobiliario a personas que no eran solventes. La Fed proporcionaba enormes inyecciones de dinero que inflaban la burbuja cada vez más, y este dinero era también destinado al otorgamiento de hipotecas, gran parte de las cuales luego serían adquiridas por Fannie y Freddie. Así se configuró una espiral de gasto, crédito y endeudamiento que llevó a las dos gigantes a comprar y garantizar casi la mitad de los 12 billones, millones de millones, de dólares de que constaba el total del mercado hipotecarios en Estados Unidos. Para ser más precisos, sólo entre las dos instituciones acumularon papeles hipotecarios, incluyendo un considerable porcentaje de créditos subprime, por 5,3 billones de dólares, es decir, por más de un 40% del PIB de Estados Unidos.

La expansión del crédito tiende a finalizar cuando el aumento de los bienes se incrementa de sobre manera, lo que causa la contracción del crédito, lamentablemente, el explosivo aumento de precio de los inmuebles durante el auge previo a la crisis de 2008 simplemente no fue reflejado en el CPI, porque en 1983 el BLS decidió no seguir incluyendo el precio de inmuebles dentro de la canasta de bienes con que se mide la inflación. En su lugar comenzó a utilizar una equivalencia denominada price to rental, ratio, o razón precio renta. De este modo, en lugar de considerar el incremento en el precio de viviendas como parte de la inflación, el BLS se concentró en el precio al cual los dueños de los inmuebles estarían dispuestos a arrendar sus propiedades. Como resultado, en 2004, antes de que la FED comenzara a subir gradualmente las tasas de interés, la inflación, de acuerdo al CPI de cuya composición un 23% corresponde al factor habitacional, fue de un 3,3%. De haberse incluido el aumento de precio de inmuebles, la cifra habría sido de 6,2%, lo que en la época se habría considerado como inflación desbocada, poniendo una enorme presión sobre la FED para realizar un alza radical de las tasas de interés

Hoy conocemos el desenlace de esta burbuja. El presidente Obama intervino en la economía y perpetuó el paró a gran escala en EEUU. La economía en gran parte del mundo, no se había recuperado aún debido a la rigidez de los mercados, cuando en 2015 se volvieron a bajar las tasas de interés, inyectando una abrupta cantidad de dinero creado de la nada a través de los bancos centrales. El desenlace está por verse, y con la crisis del Covid-19, estamos delante de un panorama incierto.

El futuro. 

Hay múltiples posibles futuros para la economía de mercado en el mundo moderno. El primer escenario es un regreso a la estanflación como a finales de la década de 1970. Las constantes inyecciones de dinero se vuelven cada vez más intensas, las intervenciones vuelven los mercados laborales rígidos e inflexibles, volvemos a una nueva era de planificación económica con precios fijos, y mercados controlados. La inflación de precios, se combina con estancamiento. Es una posibilidad factible, y debo decir que la considero hasta en cierto punto la más probable. Pero no me arriesgaría a afirma en un 100% que eso es lo que sucederá, debido a que depende también de la política.

La segunda opción, probablemente la que más se apegará a la realidad, es que la economía se recuperará de la crisis con mucho esfuerzo y dedicación, y los recursos se reajustarán acorde a la oferta y la demanda en un marco de relativa libertad económica, al menos en algunos países. Obviamente, la "prosperidad" durará hasta que estalle la próxima burbuja.

El tercer escenario, ha sido planteado incluso por economistas reconocidos, y este escenario implica que podríamos estar cerca del fin del sistema bancario moderno. Podríamos contemplar, explican, dentro de poco el colapso de la estructura bancaria. Aunque existen chances, creo que son mucho más probables las primeras dos opciones, pero no debería descartarse.

La cuarta posibilidad, es la que propone el profesor Jesús Huerta de Soto: tanto para Europa como EEUU, podríamos estar delante de la "japonización" de la economía mundial. A groso modo, esto implica que en algún momento las intervenciones gubernamentales y las constantes inyecciones de dinero dejarán de tener efecto en todos los niveles. El dinero se volverá estéril, y la economía se zombificará. Se quedará estancada y con un crecimiento chato, llano. La gente tomará el dinero emitido por el gobierno, y como lo tomará, se lo guardará en su bolsillo para nunca usarlo. En algunos países, como Alemania, Francia y otros, es un síntoma latente la enfermedad nipona.

Y finalmente, la posibilidad que deseamos muchos de nosotros, aunque parece ser la más improbable de las cuatro anteriores: justo después del colapso financiero mencionado en el tercer punto, el fin del sistema actual se abre camino, y entonces se presenta una alternativa. Si queremos verdaderamente una economía de mercado libre, pura y estable, es necesario eliminar el papel de los bancos centrales y poner fin, de manera absoluta a la concesión de privilegios (a través del sistema de reserva fraccionaria) por parte del estado a los bancos privados, restableciendo un sistema de banca libre con coeficiente de caja del 100 por cien. Solo así, pondremos fin a los auges y las depresiones cíclicas que nos azotan una y otra vez. De mantenerse el actual sistema, periódicamente seguiremos sufriendo crisis tras crisis, y probablemente cada nueva crisis sea cada vez más grave que la anterior. Y mientras la población tenga que ajustarse el cinturón para volver a salir adelante nuevamente, los gobiernos y sus amigos, seguirán disfrutando de la enorme riqueza que nos extraen mediante la simple acción, de encender una impresora. 

Bibliografía:

-La teoría del dinero y del crédito - Ludwig von Mises
-La acción humana - Ludwig von Mises
-Economía básica - Thomas Sowell
-Hombre, economía y estado - Murray N. Rothbard
-El pánico de 1819 - Murray N. Rothbard
-La Gran depresión - Murray N. Rothbard
-El misterio de la banca - Murray N. Rothbard
-Precios y Producción - Von Hayek
-Monetary Theory and the Trade Cycle - Von Hayek
-F. A. Von Hayek Contra Keynes y Cambridge. Ensayos, correspondencia - Bruce Caldwell
-La economía en una lección - Henry Hazlitt
-Los errores de la nueva ciencia económica - Henry Hazlitt
-La refutación de Keynes - José Ignacio del Castillo
-La paranoia antideflacionistas (conferencia) - Jesús Huerta de Soto
-La japonización de la Unión Europea (Conferencia) - Jesús Huerta de Soto

-Dinero, crédito bancario y ciclos económicos - Jesús Huerta de Soto
-Crisis financiera y recesión económica - Jesús Huerta de Soto
-La Gran depresión - Hans Sennholz
-La Gran depresión del siglo XX - Lionel Robbins
-La crisis del treinta - Juan C. Cachanosky
-La miseria del intervencionismo - Axel Kaiser
-A 10 años de la crisis subprime (conferencia) - Axel Kaiser
-A Reformulation of Austrian Business Cycle Theory in Light of the Financial Crisis - Joseph T. Salerno

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