sábado, 4 de julio de 2020

La peor consecuencia de la inflación.

Pobreza y decadencia moral.

El mayor daño ocasionado por la inflación.


"Creo que esta historia es como una fábula cuya moraleja confirma el viejo axioma revolucionario según el cual para destruir un país lo primero que hay que hacer es corromper su dinero. Por ello el principal bastión para la defensa de una sociedad debe ser la solidez de su moneda", dijo sabiamente el escritor Adam Fergusson en su libro clásico titulado "Cuando muere el dinero", mientras relataba las consecuencias económicas y sociales que sufrió Alemania en la década del 20 a raíz de la hiperinflación.

No es simplemente una frase al aire, sin ir más lejos, la "Operación Bernhard", fue un plan del Tercer Reich que consistió en falsificar billetes británicos con el fin de arrojarlos sobre el Reino Unido para provocar un desastre económico en aquel territorio, y de esa forma, sacar ventaja durante la 2da Guerra Mundial. El propio Keynes al examinar las distintas inflaciones que se habían producido tras la 1ra Guerra Mundial, escribió: "No existe un medio más seguro y sutil para alterar las bases existentes de la sociedad que corromper la moneda. El proceso compromete todas las fuerzas escondidas de la ley económica del lado de la destrucción, y lo hace de un modo tal que ni un hombre en un millón es capaz de diagnosticarlo".

La mejor forma de comprender lo que implica la destrucción de la institución del dinero por parte de la inflación es observando, precisamente, algunos ejemplos históricos, por ejemplo, el de la hiperinflación alemana. El valor oro del dinero esparcido por la economía antes de la guerra era equivalente a 300 millones de libras, y el del existente en julio de 1922, 83 millones de libras, pero en noviembre sólo valía 20 millones de libras esterlinas. Cuantos más billetes se imprimían más bajo caía su valor, con lo que se comprobaba la tesis copernicana expuesta por el rey Segismundo de Polonia en 1526 de que el "dinero pierde su valor cuando abunda demasiado". Los billetes se mantenían en las manos del público el menor tiempo posible. Los talones y cheques bancarios no se aceptaban más que en casos excepcionales. Todo aquel que recibía dinero por las cosas que vendía corría rápidamente a transformarlo en otras cosas, y el dinero no se paraba de mover nunca; de esta manera, al "circular" diez veces más deprisa de lo normal, era como si existiese diez veces más dinero.

En el año 1922, en Alemania, los precios aumentaban semanalmente pero, en determinados momentos de 1923, comenzaron a aumentar diariamente. Allá por el mes de julio el público advirtió que "el dinero era como chocolate caliente que se derretía en los bolsillos" (Ludwig von Mises, en las conferencias que desarrolló en la ciudad de Buenos Aires en 1959), expresión mucho más impactante que la que dice que "aumentaba la velocidad de circulación del dinero". El mismo Mises definió la inflación de modo más práctico ante la pregunta que le hicieron los funcionarios de la Sociedad de las Naciones que habían visitado Austria para ver de más cerca el proceso hiperinflacionario de este país en 1922. Los acompañó de noche ante el edificio de la casa de la moneda y viendo las luces encendidas y el ruido de las máquinas impresoras de billetes, les dijo: "eso es la inflación".

La gente se encontró con que los ahorros de toda su vida no eran suficientes para comprar un paquete de cigarrillos. El gobierno alemán, en efecto, les había robado prácticamente todas sus posesiones con el simple proceso de mantener en funcionamiento más de 1.700 imprentas día y noche, imprimiendo dinero. Se imprimía tantos billetes que muchos solo se imprimían de un solo lado. 


William Guttman relata en su libro, cómo una taza de café aumentaba de 5.000 a 8.000 marcos mientras se bebía, y un par de zapatos que costaba 12 marcos en 1913 se vendía a 32 trillones de marcos en noviembre de 1923. Muchos han echado la culpa a este período de caos económico y amarga desilusión de preparar el camino para la llegada de Adolf Hitler y los nazis. Fue en este periodo de inflación galopante, que el propio Hitler acuñó la elocuente frase "multimillonarios hambrientos", ya que había alemanes con miles de millones de marcos a quienes no les alcanzaba para comprar comida. Fergusson por su parte, relataba sobre las dificultades en las que se veían algunos americanos en Berlín porque nadie tenía suficientes marcos para darles el vuelto de un billete de cinco dólares. Se contaba que estudiantes extranjeros compraban manzanas enteras de casas con sus asignaciones, y los comerciantes hablaban de como les habían robado y se encontraron con que los ladrones se habían llevado las carteras y los maletines en los que guardaban su dinero y habían dejado tirado en el suelo los billetes. Había personas que vivían vendiendo cada día un diminuto eslabón de la cadena de oro del crucifijo. Llegó un punto en el que ya ni siquiera a los billetes les imprimían número de serie para controlarlos y evitar falsificaciones, puesto que el valor del billete era tan bajo que hasta falsificarlo salía más caro.

"No obstante, la reacción natural de la mayoría de los alemanes, austriacos o húngaros, como suele ocurrir a todos los que son víctimas de la inflación, fue la de aceptar no tanto que su dinero había perdido poder adquisitivo sino que lo que se podía comprar con él era más caro en términos absolutos; no que su moneda se estaba depreciando sino que suponían, especialmente al principio, que las demás divisas se estaba revaluando injustamente, disparando el precio de los artículos de primera necesidad. Era algo parecido al pensamiento de aquellos que creen que el Sol, los planetas y las estrellas giran alrededor de la Tierra". Escribió Fergusson. Probablemente, algo que resultará familiar a más de uno. 

En una larga entrevista que mantuvo muchos años más tarde Pearl Buck con Erna Von Pustau, hija de un pequeño comerciante de pescado de Hamburgo, ésta insistía en el mismo punto: "Solíamos decir: el dolar sigue subiendo, cuando en realidad el dolar permanecía estable y era el marco el que caía. Pero, mire, como podíamos pensar que el marco estuviese bajando cuando en cifras seguía subiendo, al igual que los precios, y esto era mucho más evidente que la pérdida de valor de nuestro dinero... Todo era una locura, y la gente se volvió loca".

El dinero no es más que un medio de intercambio. Sólo cuando tiene un valor reconocido por más de una persona puede utilizarse con este fin. Cuanto más general es este reconocimiento, más útil es su función. Cuando nadie confía en él, como aprendieron los alemanes, el papel moneda no tiene ningún valor ni utilidad, salvo para empapelar paredes o como papel higiénico. El descubrimiento que destrozó la sociedad alemana fue comprobar que el medio tradicional de depósito del poder adquisitivo había desaparecido, y que no había forma de medir el valor de las cosas. No es descabellado decir que el dinero es la fuerza impulsora de la civilización. Para entender esta afirmación, basta mencionar que, en determinado momento, las diferentes comunidades comenzaron a emitir su propio dinero basado en mercancías, como, por ejemplo, una cierta cantidad de patatas o de centeno. Las fábricas de zapatos pegaban a sus trabajadores en vales para zapatos, que luego ellos entregaban en la panadería o en la carnicería a cambio de lo que necesitaban. En pocas palabras, el comercio se volvía trueque.

Pero más allá del desastre económico, el daño moral y espiritual es sencillamente lo más doloroso de la inflación. Y Fergusson, mejor no lo podría haber descrito: "En la guerra, unas botas; en la huida, un sitio en un barco o en un camión pueden ser lo más importante de este mundo, más preciado que una fortuna incalculable. En tiempos de hiperinflación, un kilo de patatas valía para algunos más que toda la plata de la familia, y un pedazo de carne, más que el piano de cola. Un prostituta en la familia era mejor que un hijo muerto; robar era preferible a pesar hambre; no pasar frío, más importante que conservar el honor; vestirse más esencial que la democracia, y comer, más necesario que la libertad".

El dinero, es la institución social por excelencia. De él, dependen la estructura productiva y más que eso, de él depende la cooperación voluntaria de ese orden espontáneo que denominamos mercado. A través del sistema de precios, en relación a los bienes y servicios, y la oferta y la demanda de los mismos, se transmiten mensajes que permiten organizar la producción, e indican a los consumidores cuando hay mucho o poco de un bien. Facilita el orden social. "Engrasa" por así decirlo, el mecanismo que permite a los individuos crear verdadera riqueza, los bienes y servicios que se pueden adquirir con dicho dinero. La inflación, desarticula el proceso productivo. Transmite información errónea a los actores, influye de manera negativa sobre los precios relativos y cubre cualquier proceso económico con un velo de ilusión. Confunde y engaña a la inmensa mayoría, incluso a quienes sufren sus consecuencias.

Thomas Sowell en un artículo titulado "Grandes mentiras de la política" expresó que "La inflación es una mentira discreta, en virtud de la cual el Estado puede mantener sus promesas sobre el papel, pero con dinero mucho menos valioso que el dinero en circulación en el momento en el que se hicieron las promesas".

Para comprender mejor esta afirmación, simplemente miremos este curioso hecho. El dólar estadounidense era canjeable por oro tan sólo con solicitarlo hasta 1933. Desde entonces, Estados Unidos ha tenido simplemente papel moneda, con una oferta limitada por el cálculo circunstancial de los políticos. Para darnos una idea de los efectos acumulativos de la inflación, un billete de cien dólares compraba menos en 1998 de lo que podía comprar un billete de veinte dólares en la década de 1960. Entre otras cosas, esto quiere decir que la gente que ahorró dinero en la década de 1960 fue robada de forma silenciosa de cuatro quintas partes del valor de su dinero en el curso de tres décadas. Sin embargo, por preocupante que sea la inflación en Estados Unidos, termina siendo insignificante en comparación a los niveles de inflación alcanzados por otros países.

Por eso se dice que la inflación es un impuesto encubierto, pues implica una transferencia de riqueza, bienes y servicios, desde la población al gobierno y los grupos de interés asociados a él. Pero la inflación no es solamente un impuesto oculto, también es un impuesto masivo. Un gobierno puede anunciar que no aumentará los impuestos, o que sólo aumentarán para "los ricos", como sea que éstos sean definidos, pero al crear inflación el gobierno transfiere parte de la riqueza de todo el que tenga dinero, es decir, absorbe la riqueza de personas ubicadas en un amplio rango de ingresos y riqueza, desde los más ricos hasta los más pobres. En la medida en que los ricos tengan invertida su riqueza en acciones, bienes raíz u otros activos intangibles cuyo valor aumenta junto con la inflación, puede que logren eludir una parte de este impuesto de facto, a diferencia de la gente de ingresos más bajos que seguramente no podrá eludirlo.

Fue esto lo que llevó a decir a Murray N. Rothbard en su libro sobre la Gran Depresión que: "El gobierno es una institución inherentemente inflacionista, y, consecuentemente, casi siempre ha comenzado, estimulado y dirigido el auge inflacionario. El gobierno es inherentemente inflacionario porque, a través de los siglos, ha adquirido el control sobre el sistema monetario. Tener el poder de imprimir dinero (incluyendo la impresión de depósitos bancarios) le permite acudir a una forma de recaudación siempre lista. La inflación es una forma de gravamen, ya que el gobierno puede crear dinero de la nada y emplearlo para comprar bienes y servicios excluyendo a los privados, quienes serían severamente penalizados de realizar una falsificación similar. La inflación, entonces, funciona como un placentero sustituto de los impuestos para los burócratas y sus grupos privilegiados, y es un sustituto sutil que el público general puede fácilmente, y puede que se lo incentive a esto, pasar por alto".

Quizá quien pueda expresar mejor el verdadero daño que causa la inflación, sea el excelente economista argentino y ex ministro de economía de dicho país, conocido por su enorme dedicación a estudiar y combatir el fenómeno de la inflación, Domingo Cavallo. En su libro "Estanflación" del año 2008, escribió lo siguiente: "Las consecuencias económicas de la inflación son graves. Pero las morales y espirituales son aún más graves. Y son estas consecuencias las que llevan a toda la gente, no solo a los economistas, a preguntarse con ansiedad cuanto tiempo llevará esta vez volver a la estabilidad".

"(...) A medida que en una economía hay más inflación, las personas son engañadas de manera frecuente y reiterada, lo que crea un clima cada vez más angustiante de desconfianza e inseguridad. Este clima no tarda en extenderse a casi todas las relaciones interpersonales de la vida social".

"La inflación es una suerte de robo serial facilitado por el engaño. Cuando hay inflación, quien más y quien menos, roba a, y es robado por, otras personas... y el gobierno roba a todos. Se trata de un robo encubierto, un robo del que la víctima se da cuenta recién después de un tiempo. Cuando ello ocurre, quienes han sido robados sienten el impulso de tomar revancha... robando a otros, hasta que estos últimos se dan cuenta y reaccionan de la misma forma. Y así sucesivamente la enfermedad se va haciendo más y más contagiosa. Más virulenta y más cruel".

"Este fenómeno lleva a que funcionen cada vez peor las instituciones que deberían organizar la vida en sociedad".

"Asimismo, la inflación alienta a la organización corporativa de la sociedad y corroe los mecanismos de la democracia participativa, en la que las corporaciones y no los ciudadanos tienen influencia decisiva en las decisiones políticas de los gobernantes. Quienes más pierden son los ciudadanos que no se organizan corporativamente para defender los intereses de su sector y evitar ser víctimas de la puja distributiva despiadada".

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