martes, 30 de junio de 2020

Grandes mitos sobre el capitalismo #2: La desigualdad, la distribución y la pobreza.


La desigualdad en el capitalismo. 

Por muchas razones, nada es más simple y fácil de entender que el hecho de que haya algunas personas que ganen más que otras. Por ejemplo, algunas son simplemente más grandes que otras, y sus años de antigüedad les han dado la oportunidad de adquirir mayor experiencia, habilidades, educación formal y capacitación en el trabajo. Estos aspectos les permiten hacer el trabajo más eficientemente o asumir trabajos más complejos que serían abrumadores para un principiante o para alguien con limitada experiencia y capacitación. Es natural que esto lleve a mayores ingresos. Con el paso de los años, las personas mayores estarán mejor informadas sobre oportunidades de trabajo, mientras un número creciente de personas estarán más pendientes de ellos y de sus habilidades individuales, lo que puede llevar a ofertas de nuevos trabajos y ascensos. Esto explica el hecho de que la mayoría de las personas que se encuentran entre el 5 por ciento con mayores ingresos en EEUU, tengan cuarenta y cinco años o más (Annual Report: 1995 - Federal Reserve Bank of Dallas)

Esta y otras razones lógicas que explican las diferencias de ingresos entre individuos suelen perderse de vista en las discusiones abstractas sobre el ambiguo término "distribución del ingreso". A pesar de que las personas en la parte superior y en la parte inferior de la tabla de ingresos, "los ricos" y "los pobres", como suele llamárseles, suelen representarse como si se tratara de diferentes clases de personas, frecuentemente son en realidad las mismas personas en etapas distintas de la vida. Tres cuartos de los estadounidenses que estuvieron dentro del 20 por ciento con ingresos más bajos en 1970 también estuvieron en el 40 por ciento con ingresos más altos durante los siguientes dieciséis años (Years of Poverty, Years of Plenty - Greg Duncan). Esto es muy normal. Después de dieciséis años, las personas por lo general ya tienen dieciséis años más de experiencia, incluyendo tal vez capacitación laboral y educación formal. Aquéllos con negocios o profesiones han tenido dieciséis años para aumentar la clientela. Sería muy raro que las personas no fuesen capaces de ganar más dinero como producto de esos dieciséis años. Teniendo en cuenta un período incluso menor, un estudio realizado por la Oficina del Censo de Estados Unidos, que duró tres años, concluyó que apenas "el 2,4 por ciento de la población vivió en la pobreza durante los treinta y seis meses que duró el estudio" (Income, Poverty, and Health Insurance Coverage in the United States: 2007).

Esto no es algo que ocurra exclusivamente en Estados Unidos. Un estudio de once países europeos encontró patrones muy similares. La mitad de la población de Grecia y dos tercios de las personas en Holanda que estaban por debajo de la línea de la pobreza en un año determinado habían salido de esa situación en los siguientes dos años (Poor Statistics: Getting the Facts Right About Poverty in Australia - Peter Saunders). Un estudio en Gran Bretaña encontró patrones similares después de seguir a miles de individuos durante cinco años. Al final de los cinco años, casi dos tercios de los individuos que habían comenzado dentro del 10 por ciento de los que tenían ingresos más bajos, habían salido de esa franja. Unos estudios en Nueva Zelanda también verificaron que un número considerable de individuos salieron, en apenas un año, del grupo del 20 por ciento con ingresos más bajos, y, por supuesto, incluso un mayor número de personas salió de ese grupo durante los próximos años (Poverty and Benefit Dependency - David Green). Similares patrones pueden observarse en Canadá.

El hecho de que algunas personas nazcan, vivan y se mueran en la pobreza, mientras otras nacen, viven y se mueren en el lujo, es una situación muy distinta a aquella en la que la gente joven aún no ha alcanzado el nivel de ingresos de la gente mayor, como sus padres. Sin embargo, el tipo de estadística citada por lo general en los medios de comunicación, e incluso en las universidades, normalmente no distingue entre estos dos tipos de situaciones muy diferentes. Más aún, aquellos que hacen públicas estas estadísticas lo hacen como si aún estuvieran hablando de diferencias entre clases, más que de diferencias entre personas de edades distintas. Sin embargo, aunque sí es posible que las personas se mantengan en el mismo grupo de ingresos de por vida, algo que ocurre muy rara vez, resulta imposible que se queden en la misma edad de por vida.

Debido al movimiento de personas de un nivel de ingresos a otro, a lo largo de los años, el grado de desigualdad de ingresos a lo largo de una vida no es el mismo que el de un año determinado. Un estudio en Nueva Zelanda concluyó que el grado de desigualdad de ingresos a lo largo de una vida laboral era menor que el grado de desigualdad en cualquier año de todas esas vidas. Gran parte de la discusión sobre "los ricos" y "los pobres", o sobre el 10 o 20 por ciento de arriba o de abajo, olvida aclarar qué tipo de ingreso califica dentro de esas categorías. En 2001, un ingreso de 84.000 dólares por hogar era suficiente para estar entre el 20 por ciento de los estadounidenses más ricos. Para estar dentro del 5 por ciento más rico se necesitaba un ingreso por hogar de poco más de 150.000 dólares, esto es, 75.000 dólares cada uno en caso de ser una pareja que trabaja. Ése es un buen ingreso, pero llegar a ese nivel después de trabajar durante décadas no es una señal de riqueza (The Nation: Top Drawer; Defining the Rich in the World's Wealthiest Nation - David Leonhardt).

Describir a personas con cierto tipo de ingreso como "ricos" es falso por una razón aún más básica: el ingreso y la riqueza son cosas distintas. Independientemente de cuánto ingreso pase por las manos de una persona durante un año determinado, su riqueza depende de cuánto acumula con los años. Quien recibe un millón de dólares al año pero gasta un millón y medio no se está enriqueciendo. Por otro lado, muchas personas austeras con ingresos muy modestos han dejado, después de morir, sorprendentes cantidades de riqueza a sus herederos. Incluso entre los verdaderamente ricos hay movimiento. Cuando la revista Forbes hizo su primera lista de los 400 estadounidenses más ricos en 1982, dicha lista incluía 14 personas de apellido Rockefeller, 28 Du Pont y 11 Hunt. Veinte años después, la lista incluía tres Rockefeller, un Hunt y ningún Du Pont. Un poco más de un quinto de las personas en la lista de los estadounidenses más ricos de Forbes de 1982 heredaron su riqueza. En 2006, sin embargo, sólo el 2 por ciento de las personas en la lista habían heredado su riqueza (The Economist - Spare a Dime? A special report on the rich April 4th 2009).

La movilidad económica en el capitalismo. 

La obsesión de académicos y medios de comunicación por las estadísticas de foto fija crean grandes distorsiones de la realidad económica. "Los ricos" y "los pobres" son actores permanentes en los debates sobre la renta, a pesar de que, como vimos, la mayoría de las personas con mayores o menores ingresos tienden a ser las mismas, pero en diferentes etapas de la vida, al menos en los países occidentales, y no clases fijas de personas que se mantienen en la cima o en el fondo a lo largo de sus vidas. Las grandes fortunas históricas estadounidenses, Carnegie, Ford, Vanderbilt, etc. con frecuencia las hicieron personas que comenzaron en circunstancias modestas e incluso humildes. Tanto Richard Warren Sears como James Cash Penney comenzaron trabajando en empleos de salario bajo, a una edad demasiado temprana como para que se les hubiese permitido trabajar bajo las leyes actuales de trabajo infantil, pero ambos, con el tiempo, llegaron a ser fabulosamente ricos gracias a las cadenas de tiendas minoristas que crearon y que hasta hoy llevan sus nombres respectivos.

Mientras estas historias son reflejo desde hace mucho de lo que se ha denominado el "sueño americano", la gran movilidad social no se ha circunscrito únicamente a Estados Unidos. Incluso en una sociedad tan supuestamente "de clases" como la británica, un estudio de las mil mayores fortunas de Gran Bretaña halló que el 70 por siento fueron ganadas, y no heredadas (The Economist - The super-rich - Always with Us - Oct 19th 2006). A pesar de la reputación de la India como una sociedad rígida y de castas, también ha tenido sus historias de gente que pasó de "mendigo a millonario", especialmente cuando los mercados libres comenzaron a emerger a finales del siglo XX. A comienzos del siglo XXI, incluso las personas de las castas bajas de la India, los Dalit, antes conocidos como los "intocables", estaban ascendiendo en el galopante sector informático. "Nos importan un bledo todas esas diferencias de casta o religión", expresó el jefe de todas las operaciones de Microsoft en la India. Este desarrollo tampoco se ha circunscrito exclusivamente al sector de la alta tecnología. Según informó The Wall Street Journal: Los emprendedores Dalit han ido creciendo aceleradamente, a medida que la India ha ido mutando, en los últimos quince años, de una economía estilo socialista a una de mercado, y una nueva generación comenzó a gastar libremente, a tomar vacaciones y a acumular recibos de compra. Esto ha creado oportunidades para que los Dalit abran hoteles y restaurantes, así como para que encuentren empleo como fontaneros, electricistas, mecánicos de aire acondicionado y trabajadores de la construcción.

En muchos países del mundo, estas historias han sido muchas veces vistas como meros ejemplos de buena suerte individual de personas excepcionales. Pero el aspecto fundamental es la gran ventaja para cualquier sociedad de poder aprovechar los talentos de personas de toda la gama social, para desarrollar su economía y así elevar los estándares de vida de la población en su conjunto. Eso es lo que Carnegie, Ford, Sears y Penny hicieron en Estados Unidos, y lo que personas sencillas o pobres han comenzado a hacer en la India cuando comenzó a avanzar en la dirección de mercados más libres, a finales del siglo XX.

Infosys fue creada por seis ingenieros informáticos indios con un capital total de 600 dólares, y creció hasta que la empresa llegó a valer 15.000 millones de dólares. Otro emprendedor indio nacido en un barrio que no tenía teléfono, electricidad ni agua potable, Sam Pitroda, llegó como pudo a Estados Unidos y allí se convirtió en un millonario de las telecomunicaciones. Posteriormente volvió a la India y comenzó a revolucionar el sistema de telefonía anticuado y burocrático del país que pasó de tener sólo 2,5 millones de teléfonos para 700 millones de personas en 1980 a 5 millones de teléfonos en 1990. Antes del final de la década llegó a tener 20 millones de teléfonos, mientras las larguísimas listas de espera para adquirirlos habían prácticamente desaparecido. El que Pitroda hiciese una fortuna durante este proceso es una nota al pie de la historia. Lo que hizo para millones de otras personas en la India es histórico.

Tanto allí como en Estados Unidos, los consumidores jamás le habrían pagado el dinero con el que construyó su fortuna si no hubieran valorado lo que recibieron de él más de lo que valoraban el dinero que pagaron. Su fortuna no es nada comparada con lo que creó para la sociedad en su conjunto. En suma, la economía de mercado de la India de finales del siglo XX abrió nuevas avenidas para la movilidad social de aquellos que se encontraban en el fondo, y en el proceso incrementó el nivel de vida de millones de otras personas que se beneficiaron de su productividad. Ni la pobreza ni la discriminación de castas se ha terminado en la India, pero el efecto del libre mercado ha sido el de reducir la influencia de ambas, a medida que los talentos de las personas muy humildes han resultado tan valiosos como otros. Al contrario, las décadas anteriores de políticas socialistas en la India ponían el énfasis en ayudar a "los pobres", mientras éstos seguían siendo pobres.

La distribución en el capitalismo.

A veces las presunciones son morales, más que intelectuales. Las observadores que toman la iniciativa de decidir quién "realmente" merece los ingresos que tiene determinada persona, a menudo confunden mérito con productividad. Obviando el simple hecho de que cualquier ser humano sería incapaz de decidir que es meritorio o no, y por consiguiente medir de manera objetiva tal mérito, en ninguna sociedad las personas tienen las mismas probabilidades de alcanzar el mismo nivel de productividad.

Una persona nacida en una familia que le proveyó de buena educación, valores culturales sanos, entre otras cosas, puede lograr un alto nivel de productividad sin ningún esfuerzo que indicara mérito personal. Por el contrario, las personas que han tenido que luchar para superar muchas desventajas, para lograr incluso un nivel modesto de productividad, pueden mostrar gran mérito individual. Pero la economía no es un seminario moral autorizado para entregar insignias de mérito a personas merecedoras. Una economía es un mecanismo para generar la riqueza material sobre la cual el estándar de vida de millones de personas depende. El pago no es una recompensa retrospectiva por el mérito, sino un incentivo prospectivo para seguir contribuyendo a la producción. Dada la enorme variedad de cosas producidas y los complejos procesos por los cuales se producen, es prácticamente inconcebible que cualquier individuo pueda ser capaz de evaluar el valor relativo de las contribuciones de diferentes personas en diferentes industrias o sectores de la economía. Pocos, incluso afirmarían ser capaces de hacer eso. En su lugar, expresan su desconcierto y repugnancia ante la amplia gama de ingresos o disparidades de riqueza que ven e, implícita o explícitamente, demuestran su incredulidad de lo tanto que puede diferir lo que ellos creen que los individuos "merecen".

El principio de la distribución igualitaria, se apoya en el muy viejo postulado del derecho natural, por el que se exige la igualdad para todo aquello que tiene figura humana. Rigurosamente aplicado resultaría un absurdo. No permitiría que se hiciera diferencia alguna entre adultos y niños, sanos y enfermos, entre hombres diligentes y perezosos, entre buenos y malos. Lo cierto es que la desigualdad es inherente al ser humano, y la mejor igualdad que se puede conseguir, y la más realista, es la igualdad ante la ley. Sin embargo, como indicó Thomas Sowell: "Igualdad de oportunidades no significa igualdad de resultados, no importa cuántas leyes se aprueben y cuántas políticas se desarrollen para que así sea o cuánta retórica moderna se use para equipararlas". De ahí, el valor del trabajo difiere también de acuerdo con su calidad, según las aptitudes del obrero, el estado de sus fuerzas, su celo y diligencia, más o menos intensos.

Aunque se habla mucho sobre "distribución del ingreso", la mayor parte del ingreso por supuesto, jamás se distribuye, al menos en el sentido en que se distribuyen los periódicos o los cheques de pensiones desde un lugar central. La mayor parte del ingreso se distribuye tan sólo en un sentido estadístico figurado como en una distribución de estatura entre la población, 1,64 metros de estatura para algunas personas, 1,88 para otras, etc. cuando ninguna de estas estaturas fue enviada desde una ubicación central. Sin embargo, es muy común leer a periodistas y a otras personas hablando sobre cómo la "sociedad" distribuye su ingreso, en vez de decir claramente que algunas personas hacen más dinero que otras.

Existe el supuesto implícito de que la riqueza es colectiva y, por lo tanto, debe dividirse para ser repartida, seguido por el supuesto de que esta división actualmente no tiene ningún principio involucrado pero "simplemente sucede", y finalmente la suposición implícita de que el esfuerzo realizado por parte del receptor de ingresos es un criterio válido para medir el valor de lo que fue producido y la adecuación de la recompensa. En realidad, como la mayoría del ingreso no se distribuye, entonces la metáfora de moda de "la distribución del ingreso" es engañosa. La mayoría de los ingresos se obtienen mediante la producción de bienes y servicios, y la pregunta de cuánto vale realmente esa producción no es algo necesario dejar determinar a observadores, ya que aquellos que reciben directamente los beneficios de esa producción saben mejor que nadie cuánto vale esa producción para ellos y así mismo, tienen la mayor cantidad de incentivos para buscar formas alternativas de obtener esa producción tan barata como sea posible. En definitiva, la riqueza no se distribuye, se crea. No existe una decisión colectiva de la "sociedad" en relación a cuánto vale el trabajo de cada individuo. En una economía de mercado, aquellos que obtienen el beneficio directo del trabajo o la producción de un individuo deciden cuánto están dispuestos a pagar por lo que reciben.

La riqueza total de los ricos, por otro lado, no es simplemente sustraída del total de la producción de un país, dejando menos para el resto de la sociedad. Eso sería así si la actividad económica fuera un juego de suma cero, donde los ganadores se beneficiarían de lo que perdieron los perdedores. Sin embargo, el resto de los estadounidenses no son más pobres a causa de la fortuna de Bill Gates. Por el contrario, éstos han ganado económicamente usando los sistemas operativos para ordenador con los que Gates hizo su fortuna. En efecto, Gates jamás habría amasado su fortuna si los individuos y las empresas no hubiesen valorado lo que recibieron de su sistema operativo más de lo que valoraban el dinero que pagaron por dicho sistema. El tamaño de la fortuna de Bill Gates representa el límite más bajo al incremento neto del valor de la riqueza del mundo, dado que las personas voluntariamente compraron los productos que él creó, sólo en la medida en que los precios que se les cobraron eran menores al valor de esos productos para los compradores.

En 1994, la mayoría de los hogares estadounidenses que estaban por debajo de la línea oficial de pobreza tenían un horno microondas y vídeo, cosas que menos del 1 por ciento de los estadounidenses tenían en 1971. Para la población en su conjunto, las casas eran mucho más grandes, los coches mucho mejores, y había más estadounidenses conectados a internet, a finales del siglo XX, que conectados al servicio de agua potable a inicios de ese siglo. La economía, está claro, no es una actividad de suma cero, en la que lo que unos ganan es lo que otros pierden, a pesar de que muchos piensan y hablan como si así fuera.

La desigualdad y la pobreza en el capitalismo. 

Dentro del imaginario colectivo, los conceptos de "pobreza" y de "desigualdad" han terminado por fusionarse: si hay pobres, es porque somos desiguales; si la desigualdad aumenta, es porque también lo ha hecho la pobreza.

La economía de mercado ha sido capaz, a lo largo de los últimos 200 años, de incrementar las rentas de todos los ciudadanos. Según las estadísticas de Angus Maddison, hemos pasado de una renta per cápita mundial de 1.130 dólares anuales (en 1820) a una de 12.400 (en 2010), todo ello mientras la población global aumentaba desde los 1.050 millones de personas hasta rebasar los 7.000. Si la riqueza verdaderamente estuviera dada y solo cupiera redistribuirla, sería del todo imposible que la renta per cápita y la población mundial aumentaran simultáneamente: solo cabría que unas personas expandieran sus ingresos a costa del resto, manteniéndose en todo caso la renta per cápita constante (o decreciendo, si el número de individuos se expande).

Por el contrario, que hayamos conseguido multiplicar por 11 la renta per cápita del conjunto del planeta (e incluso por 20 en algunos países occidentales, como EEUU) ilustra claramente que la economía no es un juego de suma cero y que desigualdad no es lo mismo que pobreza. Una sociedad puede ser muy igualitaria y muy pobre o bastante desigualitaria y rica: Albania, Bielorrusia, Irak, Kazajistán, Kosovo, Moldavia, Tayikistán o Ucrania son sociedades con una distribución de la renta bastante más igualitaria que la de España, pero en cambio son mucho más pobres. En cambio, Singapur es una sociedad mucho más desigual que España, pero con una renta per cápita mayor. La desigualdad no tiene porque ser mala, ni luchar en contra de ella implica luchar contra la pobreza, de hecho, muchas veces la lucha contra la desigualdad agrava el problema de la pobreza.

Frecuentemente, aquellos que se preocupan por el alivio de la pobreza también lo están por la desigualdad salarial. Rara vez se reconoce que reducir la pobreza puede, a veces, entrar en conflicto con reducir las desigualdades. Al final, la única cosa que puede curar la pobreza es la riqueza. Mientras la riqueza existente puede ser transferida a los pobres, existen límites de hasta dónde eso puede ir y de cuánto bien causará, especialmente en países donde hay muchos pobres y pocos ricos. Lo que ha reducido la pobreza en gran medida, a lo largo del tiempo, ha sido un aumento radical de la riqueza total disponible. Esto se ha debido no sólo a los avances tecnológicos, sino también a una mejor asignación de recursos escasos con usos alternativos. Sería difícil explicar el rápido crecimiento económico en países como la India y China en la década de 1990 en términos simplemente de un correspondiente cambio radical en la tecnología. La realidad es que ambos países comenzaron a usar más los mercados libres para asignar sus recursos, y éstos, por lo general, producen mayores estándares de vida, al mismo tiempo que recompensan desigualmente a los individuos, las industrias y las regiones.

Cuando el líder chino Deng Xiaoping dijo: "Dejemos que ciertas personas se hagan ricas primero", estaba reconociendo una solución de compromiso entre la reducción de la pobreza y la de las desigualdades. La India se mantuvo fiel al igualitarismo de sus líderes originales durante más tiempo; y en la India más pobres se mantuvieron pobres durante más tiempo. No obstante, finalmente ambos países terminaron aprovechando los mercados libres tanto internamente como en el comercio internacional. Otros países, ricos y pobres, hicieron lo mismo. Como resultado, la revista The Economist explicó: "Rápidas e históricamente sin precedentes caídas de la pobreza durante las décadas de 1980 y 1990, la nueva era dorada del capitalismo global". El número de personas pobres en el mundo que viven con un dólar o menos al día cayó en términos absolutos, a pesar de que la población total del mundo se estaba incrementando.

Cuando la Organización de las Naciones Unidas anunció en el año 2000 el objetivo de reducir, desde ese momento hasta el año 2015, el número de personas que vivían en la pobreza a la mitad del nivel existente en 1990, resultó que este objetivo ya había sido alcanzado, aparentemente, sin que los funcionarios de la organización lo supieran. La efectividad del mercado no depende de que los funcionarios la entiendan. La reducción de la pobreza en el mundo ha continuado en el siglo XXI. Según cifras del Banco Mundial, el porcentaje de la población mundial que vive en la extrema pobreza cayó del 42 por ciento, en 1990, al 25 por ciento, en 2005.

China es uno de los pocos países con más desigualdad económica que Estados Unidos, mientras que la India tiene menor desigualdad que ambos. Sin embargo, esto no significa que los pobres en China estén peor que los pobres en la India. Como subrayó la revista The Economist: En efecto, la pobreza ha caído mucho más en algunos países, con una desigualdad alta y creciente, que en países más igualitarios. La proporción de la población india que vive con menos de un dólar por día cayó del 42 por ciento, en 1993, al 35 por ciento, en 2004. China experimentó una caída más drástica, del 28 por ciento al 11 por ciento, en gran medida gracias a un crecimiento más rápido.

La pobreza como problema relativo. 

Uno de los problemas que con frecuencia se ignora cuando se habla sobre pobreza es que su definición es, en definitiva, subjetiva. Si nos circunscribiéramos a una definición dada de "pobreza" o "extrema pobreza", como la de la Organización de las Naciones Unidas, podríamos realizar comparaciones significativas de lo que está ocurriendo en el tiempo. Lo mismo ocurriría si nos circunscribiéramos a una definición dada dentro de un país. Sin embargo, las definiciones pueden diferir ampliamente de un país a otro. Según la definición de pobreza en Estados Unidos, Italia y Países Bajos tienen un índice de pobreza dos veces mayor al de Estados Unidos. Por otra parte, si seguimos una definición relativa de pobreza, como por ejemplo las personas cuya renta está por debajo del 50 por ciento del promedio de su propio país, Estados Unidos tiene más "pobreza" que otros países, a pesar de que los estadounidenses "pobres" tienen un mayor nivel de vida que las personas pobres en esos otros países. La mayoría de los estadounidenses que viven oficialmente en la pobreza tienen aire acondicionado, televisores a color y hornos microondas, además de ser propietarios de un coche. Una persona "pobre" en Alemania, Inglaterra, Suecia y demás países desarrollados, bien podría clasificar como de clase alta o media en Argentina y otros países latinos.

Las peleas en relación con qué individuos y grupos obtienen un pedazo, y cómo de grande, del pastel nacional genera el tipo de sentimientos y controversias de las que los medios de comunicación, los políticos y los intelectuales suelen aprovecharse. Pero la realidad económica es que la principal razón por la que la mayoría de las personas, en Estados Unidos y en China, han prosperado es porque el pastel es lo que se ha vuelto mucho más grande, y no porque este o aquel grupo haya cambiado algunos puntos porcentuales de su porción en la renta nacional.

La asignación cambiante de recursos escasos, que hace posible la continuidad de la prosperidad, puede cambiar dichos porcentajes para arriba y para abajo con el tiempo, a medida que los salarios cambiantes y las perspectivas de empleos van guiando a los individuos hacia donde su productividad sería mayor y lejos de donde ésta sería menor. Pero son los cambios en la productividad y en la asignación de recursos los cruciales para el bienestar económico de la población en su conjunto, y no los cambios de pequeños puntos porcentuales en porciones relativas (que, sin embargo, son los que atraen la atención de los medios de comunicación, los políticos y otros). Además, es dudoso que la mayoría de las personas estén tan preocupadas con las diferencias de renta como lo están los intelectuales y los medios de comunicación. 

lunes, 29 de junio de 2020

4 mil años de controles de precios: Su fracaso y consecuencias.

"Carne picada" de Precios Cuidados (Argentina). Básicamente
grasa pura.

Los controles de precios, todos, inexorablemente tienen consecuencias desastrosas en la economía. Tienen resultados completamente distintos de los que se quería obtener cuando fueron impuestos. La razón principal, es que a la economía como ciencia, no le interesan las razones o motivos, sino los medios y los resultados.

Las tres características más comunes de este tipo de políticas son: escasez artificial del producto, mercados negros, y en caso de no suceder los anteriores, deterioramiento de la calidad de los bienes y servicios cuyo precio está controlado. Muchas veces, en los casos más extremos, estas tres situaciones se presentan de manera simultánea. A continuación, analizaremos los distintos controles de precios, tanto "mínimos", como "máximos", aplicados a los alimentos, trabajo, incluso al dinero, a través de las distintas épocas y puestos a disposición por los más variados movimientos políticos.

El control económico como tendencia atávica. 

Una mirada en retrospectiva, da cuenta de como desde tiempos remotos, más concretamente desde que existe el gobierno organizado, los gobernantes y sus funcionarios han tratado, con distintos grados de éxito, de "controlar" sus economías. Se podría decir que es una tendencia atávica que aún persiste en el ADN humano. De ella surge la noción de que existe un precio "justo" para cierta mercadería, un precio que puede y debe ser impuesto por el gobierno.

En los últimos 46 siglos, por lo menos, los gobiernos de todo el mundo han tratado, de tiempo en tiempo, de fijar salarios y precios. Cuando sus esfuerzos fracasaban, como sucedía usualmente,
los gobiernos echaban la culpa de ello a la perversidad y deshonestidad de sus subditos, más que a la ineficacia de la política oficial. Las mismas tendencias subsisten hoy, aunque en gran parte "contenidas". La pasión por la planificación económica, como ha señalado convincentemente el profesor John Jewkes, es perenne. La planificación centralizada aparece regularmente en cada generación, de la misma forma en que es descartada luego de varios años de experimentación infructuosa, sólo para volver a surgir en una ocasión subsiguiente. Los grandiosos planes para regular las inversiones, salarios, precios y producción son usualmente presentados con gran fanfarria y fuertes esperanzas. A medida que la realidad se impone, sin embargo, los planes son modificados en las etapas iniciales, luego modificados un poco más, más tarde alterados drásticamente y finalmente se los deja desvanecer sin ceremonias. Siendo la naturaleza humana lo que es, década por medio más o menos, se desempolvan los viejos planes, tal vez con un nuevo nombre, y el proceso comienza de nuevo.

Hay inscripciones que implican que en el viejo Egipto, cerca del año 2800 A.C, o incluso antes, había controles económicos y fijación de precios. En Babilonia, hace unos 40 siglos, el Código de Hammurabi, el primero de los grandes códigos legales escritos, impuso un rígido sistema de controles entre salarios y precios. Al otro lado del mundo, los gobernantes de la antigua China compartían la misma filosofía paternalista que se encontrara entre los egipcios y babilonios y que sería luego compartida por los griegos y los romanos. El más famoso y el más extensivo intento de controlar precios y salarios en Roma, ocurrió durante el reinado del Emperador Diocleciano quien, lamentablemente para sus súbditos, no fue el más atento estudioso de la historia económica griega.

En la Edad Media, la doctrina del "justo precio" hizo de la regulación de precios un imperativo religioso. Este concepto, combinado con la objeción teológica al interés (llamado "usura"), llevó a una mayor regulación económica y fue indudablemente un obstáculo para un mayor nivel de vida. En Inglaterra, durante la Edad Media, no sólo los gobiernos nacionales sino también los gremios de fabricantes y las municipalidades se ocupaban de fijar precios como actividad corriente. En el siglo trece, los funcionarios ingleses "se sentían obligados a reglamentar toda clase de transacción económica en la cual el interés individual pareciera llevar a injusticias".

En el siglo XVI, los controles económicos errados fueron decisivos en la determinación del destino de la ciudad más importante de lo que hoy es Bélgica. Desde 1584 hasta 1585, Amberes fue sitiada por fuerzas españolas al mando del Duque de Parma, quien intentaba mantener el dominio del Imperio de Habsburgo en los Países Bajos. Naturalmente, durante el sitio, los alimentos se convirtieron en un producto escaso y los precios subieron en consonancia. Los Padres de la Ciudad de Amberes reaccionaron como muchos otros en su posición lo han hecho antes y después: aprobaron una ley fijando un precio máximo para cada ítem de alimentación y se dispusieron severas penas para quienquiera que intentara cobrar el precio de mercado. Entre tanto, en los primeros siglos de Canadá y los Estados Unidos, se intentaron controles similares que tuvieron el mismo desenlace que los anteriores: Agravar los problemas ya existentes aún más.

No muy distinto a lo que ocurrió durante los veinte meses comprendidos entre mayo de 1793 y diciembre de 1794, donde el gobierno revolucionario de la nueva República Francesa probó casi todos los experimentos de control de precios y salarios que se hubieran intentado antes.

En el siglo XX estas tendencias fueron aún más allá con el auge del Nacional Socialismo en Alemania, el Fascismo en Italia y el Socialismo Soviético en Rusia. El modelo ruso por su parte, se esparciría a Alemania oriental, y a otros países del este europeo, grupo que se denominó el Bloque del Este, e incluía a Polonia, Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia, Rumania, Albania, Yugoslavia, incluyendo a países latinos, africanos y asiáticos, como Cuba (desde 1959), Granada (1979 hasta la invasión estadounidense de 1983), Benín (desde 1975), Congo-Brazzaville (desde 1969), Angola (desde 1975), Nicaragua (durante el régimen sandinista entre 1979 a 1990), Mozambique (desde 1975), Etiopía (desde 1974), Somalia (hasta 1977), Yemen del Sur (desde 1967), Afganistán (desde 1978), Mongolia (desde 1924), China (desde 1949), Corea del Norte (desde 1948), Vietnam (desde 1975), Laos (desde 1975) y Kampuchea (de 1979).

Muchas de estas políticas de fijación de precios se intentaron en los países representantes del capitalismo mundial como EEUU luego de la 2da Guerra Mundial, Inglaterra, Alemania, Francia, etc, etc, y aún ha día de hoy, algunos controles de precios perduran, por ejemplo en los alquileres.

Los "méritos" del control de precio.

¿Cuáles son, pues, los logros de la reiterada aplicación de esta política a los efectos de obtener una victoria frente a la inflación y superar la escasez de bienes? La recopilación histórica muestra una secuencia uniforme de fracasos reiterados. En realidad no existe un solo caso en la historia en el que el control de precios haya detenido la inflación o superado el problema de la escasez de productos. En lugar de reducir la inflación esta política ha generado otra clase de complicaciones a los males existentes, como el surgimiento de mercados negros y el desabastecimiento que reflejan la mala utilización y distribución de los recursos.

El control de precios no soluciona el problema de la escasez, por el contrario lo empeora. El control de precios desorienta tanto a los productores como a los consumidores. Los precios "bajos" establecidos para los productos limitan la oferta, mientras que los precios "bajos" establecidos para los consumidores estimulan la demanda. En consecuencia, el control de precios aumenta la brecha entre la oferta y la demanda.

A pesar de los ejemplos que brinda la historia, muchos gobiernos y funcionarios públicos aun sostienen que el control de precios es una medida efectiva para controlar la inflación. En consecuencia, ponen en práctica políticas monetarias y fiscales que llevan a la inflación, convencidos de que lo inevitable no sucederá. Cuando lo inevitable sucede, la política de orden público fracasa y las esperanzas se desvanecen. Los errores se multiplican, y declina la fe en los gobiernos y funcionarios que implementaron las medidas que crearon las situaciones indeseables. Se coarta la libertad política y económica y los ciudadanos sufren las consecuencias.

La exactitud de las matemáticas y ciertas leyes de la física comprueban algunas de las consecuencias inevitables y predecibles de la implementación de esta medida, tales como la aparición de mercados negros y similares intermedios. Las naciones que ignoran estas consecuencias corren el mismo riesgo que aquellas que establecen que dos más dos es tres, que el teorema de Pitágoras es falso o promulgan leyes que limitan la temperatura del vapor a 40 grados (Fahrenheit o Centígrados).

Planificación racional de la economía. 

Los planificadores no pueden concebir un mecanismo que se reajusta de manera espontánea sin ninguna mente guiando cada procedimiento desde lo alto. Su percepción básica y simplista del mundo no les deja ver más allá de su propia arrogancia intelectual. No se da cuenta que detrás del "caos" no planificado, detrás de la "anarquía de la producción", existen cientos de miles de planes individuales, y cada uno de esos planes se relacionan directa o indirectamente a través del sistema de precios. Planificar centralmente no significa, entonces, planificar sobre la anarquía y el caos de la producción, sino reemplazar los planes individuales de las personas, tanto de consumidores como productores, por la planificación de un órgano de inteligencia central arrogante y totalitario. En definitiva, reemplazar la libertad por el control dictatorial de la economía.

La historia de las economías centralmente planificadas, la mayoría de las cuales fueron reemplazadas cada vez más por economías más orientadas al mercado a fines del siglo XX, incluso en países controlados por socialistas y comunistas, sugiere que lo que parece más plausible para los observadores no necesariamente produce resultados finales deseables por la mayoría de las personas.

Los precios como señales. 

Los precios, son una señal, en que tanto oferentes como demandantes puedan confiar, para tomar sus decisiones económicas. Los precios transmiten la experiencia y los sentimientos subjetivos de algunos como conocimiento efectivo para otros; es conocimiento implícito en forma de incentivo explícito. Las fluctuaciones de precios transmiten el conocimiento de las compensaciones cambiantes entre las opciones cambiantes a medida que las personas sopesan los costos y los beneficios de manera diferente con el tiempo, con cambios en los gustos o la tecnología. La totalidad del conocimiento transmitido por los innumerables precios y sus tasas de cambio muy variables excede ampliamente lo que cualquier individuo puede saber o necesita saber para sus propios fines. Por ello, el sistema de mercado libre permite economizar un factor productivo fundamental, el conocimiento. En el libre mercado no se necesita saber todo lo que sucede, sino que los individuos, pueden economizar el factor escaso por definición, el conocimiento, tomando solo aquello que le permite alcanzar sus fines más precisados. 


Los problemas a los que tiende la planificación centralizada, el socialismo en pocas palabras, han sido documentados en la Unión Soviética, China, y una gran cantidad de países europeos tras la 2da Guerra Mundial. Sin embargo, esos intentos de planificación incluso se han llevado a cabo en países capitalistas en algunos sectores de la economía con resultados igual de lamentables. 

Irónicamente, los problemas que podían causar los intentos de manejar una economía a través de órdenes directas o precios decretados de forma arbitraria por los gobiernos de turno habían sido advertidos ya en el siglo XIX por Carl Marx y Friedrich Engels, de cuyas ideas eran supuestamente partidarios los gobernantes de la Unión Soviética, y por supuesto, muchos planificadores provenientes de países capitalistas. Engels afirmó que las fluctuaciones de precios "forzadamente informan a los productores individuales sobre qué productos y sobre qué cantidades de éstos requiere o no la sociedad". Sin ese mecanismo, se preguntaba Engels, "¿qué garantía tenemos de que sólo se producirá la cantidad necesaria y no más que eso? ¿Qué garantía tenemos de que no llegaremos a estar hambrientos de maíz y carne mientras estamos empachados de azúcar de remolacha e inundados de licor de patatas, o de que no nos faltarán pantalones para cubrir nuestra desnudez mientras los botones para pantalones se cuentan por millones?". En apariencia, Marx y Engels entendían de economía mucho más que sus últimos seguidores, o quizá estaban más preocupados por la eficiencia económica que por mantener el control político desde la cima.

Por supuesto, algunos economistas soviéticos entendían el papel que desempeñan los precios en la coordinación de cualquier economía. Cerca del final del gobierno comunista, dos de estos economistas, Shmelev y Popov, afirmaron: "Todo está interconectado con el mundo de los precios, de tal manera que el cambio más mínimo en un elemento se transmite en cadena a otros millones de productos". Adam Smith, el economista liberal más famoso, no lo habría podido decir mejor. Existe una fuerza que "guía" y "coordina" los esfuerzos individuales de manera espontánea como si se tratase de una "mano invisible", pero esta "mano invisible" no era una entidad planificadora sobrenatural o una fuerza de coacción y compulsión gubernamental, sino el sistema de precios actuando libremente. Los economistas soviéticos eran conscientes de la importancia de los precios porque habían vivido de primera mano lo que ocurre cuando se impide a los precios desempeñar su papel. No obstante, los economistas no estaban al mando de la economía soviética; eran los líderes políticos quienes tenían la batuta. Es más: durante el gobierno de Stalin, se fusiló a muchos de estos economistas por decir cosas que Stalin no quería oír.

Fluctuaciones de precios en el mercado no intervenido. 

Como quien dice, nada mejor que un apagón para hacernos entender el papel que desempeña la electricidad en nuestras vidas. De igual manera, nada nos hace entender mejor la importancia de las fluctuaciones de precios en una economía de mercado como la ausencia de dichas fluctuaciones en un mercado controlado. ¿Qué ocurre cuando no se permite que los precios fluctúen libremente de acuerdo con la oferta y la demanda, sino que se les limita esta capacidad a través de distintos tipos de control de precios?

Por lo general el control de precios son impuestos con la finalidad de evitar que suban hasta el nivel que alcanzarían en función de la oferta y la demanda. Los argumentos políticos para este tipo de leyes han variado de un lado a otro y de tiempo en tiempo, pero siempre los hay cuando a los políticos les conviene forzar a ciertas personas a bajar sus precios para favorecer a otras cuyo apoyo político es muy importante. Sin embargo, además de las leyes que imponen un límite máximo a la subida de los precios, también existen otras que establecen un "mínimo" por debajo del cual no se les permite bajar.

Muchos países han establecido límites mínimos a ciertos precios agrícolas. En algunos casos, el gobierno está obligado a comprar la producción a los agricultores cada vez que los precios del libre mercado caigan por debajo de los niveles establecidos oficialmente. De igual manera, las leyes de salario mínimo pueden encontrarse en todos lados. Éstas ponen un límite a cómo de baja puede ser la tasa salarial de un trabajador. En este caso, el gobierno muy pocas veces ofrece comprar el excedente de mano de obra que el libre mercado no utiliza, aunque por lo general ofrece compensaciones por desempleo, cubriendo una parte de los salarios que de otra manera hubiesen sido percibidos.

Para comprender los efectos del control de precios, primero es necesario entender cómo éstos suben y bajan en un libre mercado. No hay nada esotérico al respecto, pero es importante tener muy claro qué es lo que sucede. Los precios suben porque la cantidad demandada excede la cantidad ofertada a precios vigentes. Los precios caen porque la cantidad ofertada excede la cantidad demandada a precios vigentes. El primer caso se llama "escasez" y el segundo "excedente", pero ambos dependen de los precios actuales. Por simple que parezca, esto muchas veces no es comprendido, y en algunos casos tiene consecuencias desastrosas.

Situaciones en la que los controles son "eficaces". 

Hay una situación muy particular en la que los controles de precios son "eficaces", pero no porque las tres consecuencias lógicas mencionadas al inicio no se presenten, sino simplemente porque este no afecta en lo más mínimo a la economía. ¿Cuándo se da esta situación? Será inefectivo si la regulación no tiene influencia real en el precio de mercado. Así, supongamos que los automóviles se venden a unos 100 mil dolares en el mercado. El gobierno dicta un decreto prohibiendo las ventas de autos por debajo de las 20 mil dolares, bajo pena de violencia a quienes vulneren esta norma. Este decreto es, en el estado presente del mercado, completamente inefectivo, pues no se vendería ningún coche por debajo de las 20 mil dolares. El control de precios solo produce trabajos irrelevantes para burócratas de la administración. Esto desmiente la teoría según la cual los salarios mínimos en algunos casos no generan desempleo, no lo genera, simplemente porque el mercado en ese ejemplo concreto, puede darse el lujo de pagar dicho salario fijado, pero ese caso en particular, no se puede aplicar a otras economías, pues depende de si el monto fijado es mayor o menor a lo que el mercado está dispuesto a pagar, y eso solo se puede comprobar dependiendo del contexto de cada economía. Por lo demás, mantener fijado un salario mínimo mayor del que se pagaría en un mercado laboral liberalizado, genera desempleo y no existen excepciones a la regla.

CONSECUENCIAS DEL CONTROL DE PRECIOS. 

Precios máximos y escasez.

Cuando hay "escasez" de un producto, no quiere decir necesariamente que haya menos de éste, ya sea en forma absoluta o relativa al número de consumidores. Lo que sucede es simple y fácil de explicar. El precio como mensaje informa al consumidor si hay demasiado o poco de un bien. Cuando la oferta supera la demanda, es ahí que los precios vigentes descienden. Sin embargo, cuando un precio se fija arbitrariamente por debajo del precio que se rige por la oferta y demanda, el consumidor recibe información errónea sobre la situación del mercado. Con precios artificialmente más bajos, un mayor número de personas demandará dicho producto. El consumidor acoplará cantidades del bien fijado que no necesita, creando escasez, o mejor dicho, desabastecimiento para otras personas igualmente necesitadas.

Ésta es una consecuencia práctica del principio económico, según el cual la cantidad demandada varía dependiendo del aumento o descenso del precio. Por ejemplo, durante la segunda guerra mundial e inmediatamente después de ésta, hubo una seria escasez de viviendas en Estados Unidos, incluso cuando la población del país y su oferta de viviendas se habían incrementado en un 10 por ciento en relación a los niveles anteriores a la guerra (y no había escasez cuando comenzó la guerra). En otras palabras, incluso cuando la relación entre alojamientos y personas no había cambiado, muchos estadounidenses que buscaban un apartamento durante este período tenían que pasar semanas o meses en una búsqueda inútil de un lugar donde vivir, o incluso se veían obligados a sobornar a los propietarios para que los colocaran en mejor posición en sus listas de espera. Mientras tanto, tenían que quedarse con sus parientes, dormir en garajes, o bien, recurrir a otros métodos alternativos para sobrellevar el día a día.

Mientras algunas personas disponían de más viviendas de lo normal, otras se encontraban con menos viviendas disponibles. Lo mismo sucede con otras formas de control de precios: algunas personas usan, más generosamente que de costumbre, los bienes y servicios de precios controlados debido al coste artificialmente más bajo, mientras otras se encuentran con menos bienes y servicios disponibles. Hay otras consecuencias del control de precios, y el control de alquileres también proporciona ejemplos.

La demanda bajo el control de alquileres. 

Aquellos que normalmente no alquilarían una vivienda, como los adultos jóvenes que aún residían con sus padres o personas mayores solteras o viudas que vivían con sus familiares, pudieron mudarse a sus propias viviendas gracias a los precios artificialmente bajos creados a través del control de alquileres. Estos precios provocaron que otras personas buscasen alojamientos más grandes de lo que normalmente buscarían o que decidieran vivir solas cuando, en circunstancias normales, se habrían visto obligadas a compartir piso con un compañero para poder pagar el alquiler. El aumento de inquilinos que buscaban más alojamientos y de mayor tamaño provocó la escasez, incluso cuando no había una mayor carencia física de viviendas en relación a la población total.

Cuando el control de alquileres terminó después de la guerra, la escasez de viviendas desapareció rápidamente, a medida que se activaron tanto la demanda como la oferta. Cuando los alquileres ascendieron en el libre mercado, algunas parejas sin hijos que residían en alojamientos de cuatro dormitorios decidieron que podían cambiarlos por otros de dos dormitorios y ahorrarse así la diferencia en el alquiler. Algunos adolescentes que estaban llegando a sus veinte años resolvieron continuar viviendo con sus padres durante más tiempo, hasta que sus ingresos aumentasen lo suficiente como para poder pagar su propio apartamento ahora que el alquiler no era artificialmente barato. El resultado neto fue que las familias que estaban buscando dónde vivir encontraron más lugares disponibles, dado que las leyes de control de alquileres ya no favorecían que esos lugares estuviesen ocupados por personas con requerimientos menos urgentes. En otras palabras, la escasez de viviendas disminuyó, incluso antes de que diese tiempo a construir nuevas viviendas, algo que efectivamente pudo darse gracias a que las condiciones de mercado hacían posible recuperar el coste de la construcción de nuevas viviendas y obtener una ganancia.

De la misma manera que las fluctuaciones de precios asignan recursos escasos que tienen usos alternativos, el control de precios que limitan estas fluctuaciones reducen los incentivos a fin de que los individuos limiten, a su vez, su propio uso de aquellos recursos escasos que también pueden ser deseados por otros.

La oferta bajo el control de alquileres.

El control de alquileres tiene efectos tanto sobre la oferta como sobre la demanda. Nueve años después del fin de la segunda guerra mundial, no se había construido ni un solo edificio nuevo en Melbourne, Australia, debido a que las leyes de control de alquileres habían provocado que los edificios nuevos no fuesen rentables. En Egipto se impuso un control de alquileres en 1960. Una mujer egipcia que vivió en esa época y escribió sobre ello en 2006 relató: El resultado final fue que las personas comenzaron a dejar de invertir en edificios de viviendas, y una enorme escasez de alojamientos alquilables obligó a muchos egipcios a vivir en condiciones terribles, donde muchas familias compartían un piso pequeño.

Los efectos del duro control de alquileres aún se siguen sintiendo en Egipto. Errores como éste pueden durar varias generaciones. Las caídas en la construcción de edificios también han sido una consecuencia de las leyes de control de alquileres en otros lugares. Tras el establecimiento en 1979 del control de alquileres en Santa Mónica, California, el número de permisos de construcción que se otorgaron cayó un 90 por ciento en apenas cinco años. Un estudio sobre viviendas en San Francisco en 2001 determinó que tres cuartas partes de las viviendas con control de alquileres tenían más de medio siglo de antigüedad, y el 44 por ciento, más de setenta años. Aunque la construcción de edificios de oficinas, fábricas, almacenes y otros de uso comercial e industrial requiere, en gran medida, del mismo tipo de mano de obra y materiales que para construir edificios de viviendas, no resulta raro que se construyan muchos edificios de oficinas nuevos en ciudades donde, por el contrario, se erigen muy pocos bloques de viviendas. Por tanto, incluso en ciudades con una grave escasez de viviendas, puede que haya mucho espacio vacío en este tipo de edificios. Por ejemplo, pese a la fuerte escasez de viviendas en Nueva York, San Francisco y otras ciudades con control de alquileres, un estudio a nivel nacional en 2003 descubrió que las tasas de desocupación en edificios destinados a negocios e industrias ascendían casi al 12 por ciento, el mayor nivel observado en más de dos décadas. Ésta es sólo una prueba más de que la escasez de viviendas es un fenómeno relacionado con los precios.

Los índices de desocupación altos en edificios comerciales muestran que obviamente existen muchos recursos disponibles para construirlos, pero el control de alquileres evita que esos recursos sean utilizados para edificar viviendas, desviándolos más bien hacia la construcción de edificios de oficinas, plantas industriales y otras propiedades comerciales. No sólo la oferta de construcción de nuevos alojamientos se ve reducida tras el establecimiento del control de alquileres. La oferta de viviendas existentes también tiende a caer a medida que los propietarios, bajo el control de alquileres, invierten menos en mantenimiento y reparaciones, puesto que la escasez de viviendas conlleva que no necesiten mantener la apariencia de las mismas para atraer a los inquilinos. Es por eso que éstas tiendan a deteriorarse más rápido bajo un régimen de control de alquileres y a tener menos mantenimiento.

Esto se puede observar cuando un control de precios es "selectivo", es decir, se impone a uno o a pocos productos. La economía no se verá tan dislocada como ante un máximo general, pero la
escasez artificial creada en ese tipo de productos será aun más acusada, ya que los emprendedores e intermediarios pueden dedicarse a la producción y venta de otros productos (preferentemente, los sustitutivos) que no se encuentran controlados. En el caso de los controles de alquiler, se crean menos departamentos y casas subvencionadas, y más casas de lujo, o edificios de oficinas, los cuales no se encuentran con precios fijos, obviamente agravando la situación respecto a la escasez de alquileres.

Escasez de recursos frente a escasez como fenómeno de los precios. 

Una de las diferencias más importantes a tener en cuenta es la existente entre la escasez referida a una reducida disponibilidad de bienes en relación a la población que podría denominarse real, y la escasez como fenómeno de los "precios", que podría calificarse de ficticia. La escasez ligada a los precios puede aumentar sin que haya una creciente situación de recursos escasos y puede haber una creciente escasez objetiva sin que haya escasez ligada a los precios.

Como se ha mencionado anteriormente, hubo un grave déficit de viviendas en Estados Unidos durante e inmediatamente después de la segunda guerra mundial, a pesar de que la relación vivienda-personas era la misma que antes de la guerra, cuando no había escasez. La situación opuesta también es posible: que baje repentinamente la cantidad de viviendas disponibles en un área sin control de precios, y sin escasez ligada a precios. Esto ocurrió tras el gran terremoto e incendio de San Francisco en 1906. Más de la mitad de la oferta de viviendas de la ciudad quedó destruida en apenas tres días. Sin embargo, no hubo escasez de viviendas. Cuando el diario San Francisco Chronicle retomó sus publicaciones un mes después del terremoto, su primera edición contenía 64 anuncios de alojamientos de casas en alquiler, en comparación a solamente 5 anuncios de personas que buscaban alojamientos donde vivir.

De las 200.000 personas que se quedaron sin casa repentinamente a causa del terremoto y el incendio, 30.000 se trasladaron a albergues temporales y se estima que otras 75.000 personas abandonaron la ciudad. Eso dejó a aproximadamente 100.000 personas más que debían ser absorbidas por el mercado de viviendas. Sin embargo, los diarios de la época no mencionan que se hubiera producido un déficit de viviendas. La subida de precios no solamente afecta a las viviendas existentes sino que otorga incentivos para la construcción de nuevas casas y para que los inquilinos utilicen menos espacio, además de incentivar a que aquellos que, por disponer de espacio en sus casas, decidan tomar inquilinos aprovechando el alto precio de los alquileres. En resumen, así como puede haber escasez sin que exista una carencia física de recursos, también puede existir una carencia física de recursos sin que exista escasez. Las personas que se quedaron sin viviendas en 1906 a causa del terremoto de San Francisco encontraron donde vivir más fácilmente que aquellas que se quedaron sin vivienda como consecuencia de las leyes de control de alquileres de Nueva York, que provocaron la salida de miles de edificios del mercado.

Los mismos principios económicos se aplican también en otros mercados. Durante la "crisis" estadounidense de la gasolina de 1973-1974, en la que los precios del petróleo se mantuvieron artificialmente bajos por decisión del gobierno federal, había largas colas de automóviles esperando en las gasolineras de ciudades por todo Estados Unidos. En la práctica, sin embargo, se vendió más gasolina entre 1973 y 1974 que en ningún año anterior, cuando no había colas en las gasolineras, ni escasez, ni la percepción de crisis. De manera similar, durante la crisis de la gasolina de 1979, la cantidad de combustible que se vendió ese año fue solo un 3,5 por ciento menor a la de 1978, año en el que se batieron todos los récords de venta. Además, cuando cesó la escasez ligada a los precios tras finalizar el control de precios en 1981, se vendió menos gasolina que durante el año de la "crisis", con sus colas en las gasolineras.

Como en el caso de las viviendas y otros bienes de precios controlados, la escasez ligada a los precios y la falta real de recursos son dos cuestiones diferentes. La función habitual de los precios, que consiste en dirigir bienes y recursos hacia donde son más demandados, deja de cumplirse bajo el control de precios, de manera que la oferta de gasolina se mantuvo baja en ciudades donde se conducía mucho, mientras que había más gasolina disponible en otras zonas (como áreas rurales y de montaña) en las que la gente conducía menos. Dado que los precios estaban fijados en ambos lugares, había muy poco o ningún incentivo de transportar gasolina de un área a otra, como ocurriría automáticamente en situaciones de libre mercado de precios, que se guían por la lógica de la oferta y la demanda. En sus comentarios sobre la inusual escasez de gasolina de 1979 en Estados Unidos, dos economistas soviéticos establecieron una analogía con lo que ocurría normalmente en la economía de la Unión Soviética, controlada por el gobierno: En una economía tan rígidamente planificada, estas situaciones no son la excepción sino la regla: una realidad diaria, una ley permanente. La mayoría absoluta de los bienes o escasean o se producen en exceso. Muchas veces el mismo producto está en ambas categorías al mismo tiempo: escasea en una región y resulta excedentario en otra.

Acumulación.

Así, durante la escasez de gasolina de la década de 1970, los conductores ya no esperaban a que sus depósitos se vaciaran como antes para ir a llenarlos, sino que acudían, antes de que ello ocurriera, a una gasolinera para comprar más. Algunos conductores con depósitos medio llenos preferían buscar cualquier estación de servicio que tuviera gasolina, y acabar de llenarlo, como medida de precaución. Considerando los millones de conductores que conducían de un lado a otro con sus depósitos más llenos de lo habitual, el stock total de combustible se había repartido entre todos los depósitos de estos conductores, con lo que quedaba menos disponible para la venta en las gasolineras. En esas condiciones, una escasez relativamente pequeña de gasolina a nivel nacional pudo transformarse en un problema muy grave para aquellos conductores que se quedaron sin gasolina y que se veían obligados a tratar de encontrar una gasolinera abierta y con combustible a la venta. La repentina intensidad de la escasez de gasolina, a pesar de la muy pequeña diferencia en la cantidad total de gasolina producida, desconcertó a muchos y produjo variadas teorías conspirativas.

Una de estas teorías afirmaba que las empresas petroleras mantenían a sus buques cisterna en el Oriente Medio dando vueltas en el océano, esperando que se produjera una subida de precios antes de arribar a la costa con su cargamento. A pesar de que ninguna de estas teorías conspirativas podía ser verificada, tras ellas podía percibirse una cierta racionalidad, como ocurre normalmente con la mayoría de las falacias. Aquella grave escasez de gasolina sólo podía significar que grandes cantidades de gasolina estaban siendo desviadas a algún lugar. La mayoría de los que creaban o se creían estas teorías conspirativas no sospechaban siquiera que la gasolina que echaban en falta la estaban almacenando en sus propios depósitos, y no en los buques cisterna dando vueltas en el océano. Esto fue lo que agravó la escasez de gasolina, porque mantener millones de litros en existencias de gasolina en los automóviles y camiones era menos eficiente que mantener las existencias generales en los tanques de almacenamiento de las gasolineras.

La viabilidad de la acumulación varía entre los diferentes bienes, de manera que los efectos de los controles de precios también varían. Por ejemplo, el control de precios sobre las fresas puede provocar una escasez menos severa que el control de precios sobre la gasolina, dado que las fresas son demasiado perecederas como para ser acumuladas por mucho tiempo. El control de precios en las peluquerías o en otros servicios similares puede también crear una menor escasez porque los servicios no pueden ser acumulados. Es decir, si encontráramos a un peluquero con tiempo disponible no nos cortaríamos el cabello dos veces el mismo día bajo el argumento de ahorrarnos tener que ir la próxima vez, sino la subsiguiente a ésta, a pesar de que los peluqueros probablemente estén menos disponibles cuando el precio de los cortes de cabello sea bajo debido al control de precios.

No obstante, cosas muy inusuales pueden terminar siendo acumuladas a causa del control de precios. Por ejemplo, bajo el control de alquileres, algunos tal vez opten por mantener un apartamento que utilizan muy poco, como ha sido el caso de algunas estrellas de Hollywood en Manhattan, con la intención de utilizarlos sólo cuando estén de visita en Nueva York. El alcalde Ed Koch mantuvo su apartamento sometido a control de alquiler durante los doce años en que vivió en la Mansión Gracie, su residencia oficial. En el 2008, se supo que el senador por Nueva York Charles Rangel tenía cuatro alojamientos sometidos al control de alquiler, uno de los cuales utilizaba como oficina. La acumulación es un caso especial del principio económico general según el cual se demanda más a un precio bajo, y del hecho de que el control de precios permite que usos menos prioritarios tomen el lugar de usos más prioritarios, con lo que se agrava la severidad de la escasez, ya sea en vivienda o en gasolina.

Mercados negros y cohecho.

Mientras que el control de precios ilegaliza que tanto el comprador como el vendedor realicen transacciones en los términos que ambos prefieran, como solución a la escasez provocada por ese control, ciertos individuos más audaces y menos escrupulosos deciden realizar transacciones al margen de la ley. El control de precios casi inexorablemente produce mercados negros, en los que los precios no son sólo más altos que los precios legales permitidos, sino que son más altos de lo que serían en un mercado libre, dado que los riesgos legales deben también ser compensados.

Mientras que los mercados negros de pequeña escala pueden funcionar en secreto, los mercados negros de mayor escala habitualmente requieren incluso de sobornos a funcionarios públicos para que hagan la vista gorda. En Rusia, por ejemplo, un embargo local para el transporte interregional de comida bajo control de precios se conocía popularmente como el "decreto de los 150 rublos", porque ése era el coste de sobornar a los policías encargados de vigilar los pasos de cargamentos en los puntos de control. Los mercados negros existían incluso durante los primeros años de la Unión Soviética, cuando operar en un mercado negro de comida se castigaba con la pena de muerte. En palabras de dos economistas soviéticos de un período posterior: "Incluso en el apogeo del Comunismo de Guerra, los especuladores y contrabandistas de comida, aun a riesgo de sus propias vidas, traían a las ciudades una cantidad de cereales igual a la de todas las compras estatales realizadas bajo la prodrazverstka".

Las estadísticas sobre las actividades en el mercado negro son, por naturaleza, difíciles de conseguir, dado que nadie está dispuesto a que todo el mundo se entere de que está violando la ley. Sin embargo, a veces existen indicadores indirectos. Bajo los controles de precios estadounidenses durante e inmediatamente después de la segunda guerra mundial, el trabajo en las plantas procesadoras de carne declinó debido a que la carne era desviada de las plantas legales hacia el mercado negro. Esto habitualmente se traducía en estantes vacíos en las carnicerías y tiendas de alimentos. Como en otros casos, sin embargo, esto no se debía simplemente a una escasez física de carne sino a su desvío hacia canales ilegales. Un mes después de que se pusiera fin al control de precios, el empleo en las plantas procesadoras de carne subió de 93.000 a 163.000 operarios y luego se elevó nuevamente a 180.000 en los siguientes dos meses. La práctica duplicación del empleo en las plantas, en apenas tres meses, indicaba que con la eliminación del control de precios la carne ya no estaba siendo desviada de las mismas.

En la Unión Soviética, donde los controles de precios eran más comunes y duraderos, dos economistas comenzaron a hablar de un "mercado gris" en el que la gente pagaba "dinero adicional por bienes y servicios". A pesar de que estas transacciones ilegales "no son tomadas en cuenta en las estadísticas oficiales", los economistas soviéticos estimaron que un 83 por ciento de la población utilizaba estos canales económicos prohibidos. Los mercados ilegales cubrían un gran número de transacciones, incluyendo "casi la mitad de las reparaciones de viviendas", un 40 por ciento de las reparaciones de automóviles y más venta de vídeos que en los mercados legales: "El mercado negro comercializa 10.000 títulos de vídeo, mientras que el mercado estatal ofrece menos de 1.000".

Cuanto más grande sea la diferencia entre los precios del mercado libre y los precios decretados a través de leyes de control de precios, más graves serán las consecuencias del control de precios. En 2007, el gobierno de Zimbabue respondió a la inflación galopante con una orden que reducía los precios a la mitad, o aún más. Apenas un mes después, The New York Times informó de que "la economía de Zimbabue estaba estancada". El diario dio los siguientes detalles: El pan, el azúcar y el trigo, componentes de la dieta de todo zimbabuense, se han desvanecido en manos de turbas que vaciaron las tiendas como langostas en campos de trigo. La carne prácticamente no existe, incluso para los miembros de clase media que tienen dinero para comprarla en el mercado negro. Es casi imposible conseguir gasolina. Hay pacientes en los hospitales que se están muriendo por falta de suministros médicos básicos. Los cortes de energía y de agua son endémicos.

Al igual que en otras épocas y lugares, los controles de precios fueron apoyados por el público en el momento de ser impuestos. "Los ciudadanos de a pie inicialmente saludaron el descenso de precios con una ola de compras eufórica, aunque muy breve", según The New York Times.

Deterioro de la calidad. 

Una de las razones del éxito político del control de precios es que parte de sus costes están ocultos. Incluso las terribles consecuencias de la escasez son incapaces de mostrar el panorama completo. El deterioro de la calidad, como el que señalamos en el tema de la vivienda, ha sido muy común en muchos otros productos y servicios cuyos precios han sido mantenidos artificialmente bajos por decreto gubernamental. Uno de los principales problemas del control de precios es el de definir el precio adecuado de lo que se está controlando. Incluso algo tan simple como una manzana es difícil de definir porque las manzanas varían en tamaño, frescura y apariencia, aparte de la cuestión de contrastar las diferentes variedades de manzanas. Las tiendas de productos y supermercados gastan tiempo (y, por tanto, dinero) seleccionando los diferentes tipos y calidades de manzanas, y desechando aquellas que están debajo de cierta calidad esperada por sus consumidores. Bajo el control de precios, sin embargo, la cantidad de manzanas demandadas a un precio artificialmente bajo excede a la cantidad ofertada, de manera que no hay necesidad de gastar mucho tiempo y dinero seleccionando manzanas, dado que de cualquier manera terminarán vendiéndose. Manzanas que serían desechadas bajo condiciones del libre mercado, bajo el control de precios son mantenidas a la venta para que las compren personas que llegan cuando ya se han vendido las manzanas buenas. Al igual que los alojamientos bajo control de alquileres, hay menos incentivos para mantener una alta calidad cuando, aprovechando la escasez, es seguro que todo se va a vender. Por otro lado, muchas veces el precio fijado no cubre los costes de producción, por lo tanto los emprendedores tienden a buscar alternativas para que dichos costes no se eleven y a continuación trabajar con perdidas. En este sentido, la calidad se ve indudablemente afectada en los bienes y servicios con precios fijados.

Precios mínimos y excedentes

Como se ha visto antes, cuando el precio es fijado a un nivel menor del que resultaría por el juego de la oferta y la demanda, tiende a producirse mayor demanda y menor oferta, y, por consiguiente, escasez. De igual modo, cuando los precios se fijan por encima de los niveles del mercado libre tiende a producirse mayor oferta y menor demanda, y, por consiguiente, excedente. A pesar de lo simple que resulta este principio, muchas veces se pierde de vista en un remolino de hechos complejos y retórica política.

Los programas de apoyo a los precios agrícolas son un ejemplo típico de imposición de precios mínimos por parte del Estado. Como generalmente ocurre, un problema real pero pasajero lleva al establecimiento de programas gubernamentales que se mantienen vigentes mucho más allá del tiempo de duración del problema inicial que los provocó. Entre las muchas tragedias de la Gran Depresión en la década de 1930 destaca el hecho de que un gran número de campesinos estadounidenses, a través de la venta de sus cosechas, no podían conseguir el dinero suficiente para cubrir sus deudas. Los precios de los productos agrícolas cayeron de manera mucho más drástica que los precios de los insumos comprados por los campesinos. El ingreso por productos agrícolas cayó desde unos 6.000 millones de dólares en 1929 a 2.000 millones de dólares en 1932. Debido a que muchos campesinos perdieron sus granjas al no poder pagar las hipotecas y muchas familias pasaron grandes privaciones mientras luchaban por no perderlas, el gobierno federal intentó restablecer lo que llamó "paridad" entre la agricultura y otros sectores de la economía a través de la intervención para evitar que los precios agrícolas cayeran tan drásticamente.

Esta intervención adquirió distintas formas. Un enfoque consistió en reducir por ley la cantidad de la producción de alimentos, con la finalidad de evitar que la oferta provocara una caída de los precios por debajo del nivel fijado por el gobierno. Así, la oferta de cacahuetes y algodón fue restringida por ley. La oferta de frutos cítricos, nueces y muchos otros productos agrícolas fue regulada por cárteles locales de campesinos, respaldados por el poder del ministro de Agricultura de emitir "órdenes de venta" y enjuiciar a aquellos que violasen estas órdenes al producir y vender más de lo que les estaba permitido. Estas reglas se mantuvieron varias décadas después de que la pobreza de la Gran Depresión diera paso a la prosperidad del período tras la segunda guerra mundial, y muchas de estas restricciones continúan vigentes hoy.

Estos métodos indirectos para mantener los precios artificialmente altos fueron sólo una cara de la moneda. El factor determinante para que los precios agrícolas pudiesen mantenerse artificialmente más altos de lo que estarían bajo la oferta y la demanda en un mercado libre fue que el gobierno se decidiera a comprar todo el excedente resultante por el control de precios. El gobierno hizo esto con productos agrícolas como el maíz, el arroz, el tabaco y el trigo, entre otros. Y muchos de estos programas continúan vigentes a día de hoy. Con el tiempo, estos programas terminan beneficiando a otros grupos, diferentes al grupo que se quiere ayudar en un principio. Y estos nuevos beneficiarios hacen que sea políticamente difícil poner fin a estos programas, incluso mucho tiempo después de que las condiciones iniciales hayan cambiado, y a pesar de que los beneficiarios iniciales constituyan ahora apenas un mínimo porcentaje de los grupos organizados políticamente para ejercer presión orientada a mantener la continuidad de estos programas.

El control que fija un "suelo" que impide que los precios bajen por debajo de un mínimo establecido, produce excedentes tan elevados como dramática es la escasez resultante del control de precios en forma de "techos", que impiden que los precios suban por encima de un máximo. Por ejemplo, en apenas unos años, el gobierno federal de Estados Unidos compró más de un cuarto de todo el trigo producido en Estados Unidos y lo sacó del mercado, con la finalidad de mantener los precios a un nivel preestablecido. Durante la Gran Depresión en la década de 1930, los programas de apoyo a los precios agrícolas fueron la causa de que vastas cantidades de comida fuesen deliberadamente eliminadas en un momento en que la desnutrición era un problema serio en Estados Unidos y en el que se producían marchas de protesta contra el hambre en distintas ciudades del país. Por ejemplo, en 1933 el gobierno federal compró y eliminó 6 millones de cerdos. Inmensas cantidades de productos agrícolas fueron enterrados, con la finalidad de retirarlos del mercado y mantener los precios al nivel fijado oficialmente, y vastas cantidades de leche fueron tiradas por la alcantarilla por la misma razón. Al mismo tiempo, muchos niños estadounidenses padecían enfermedades causadas por la desnutrición.

Había un excedente de comida. Un excedente, al igual que una escasez, es un fenómeno provocado por los precios. Ello no equivale a que haya exceso en relación a la cantidad de personas. Durante la Gran Depresión, el excedente no implicaba que hubiera "demasiada" comida en relación a la población. La gente simplemente no tenía suficiente dinero para comprar todo lo que se producía a los precios artificialmente altos fijados por el gobierno. Una situación bastante parecida se produjo en la India a comienzos de este siglo, cuando hubo un excedente de trigo y arroz bajo programas estatales de apoyo a los precios. Según la revista Far Eastern Economic Review: El inventario público de alimentos en la India es el más alto de la historia, y para la próxima primavera se espera que crezca hasta la cifra exorbitante de 80 millones de toneladas, cuatro veces más que la cantidad necesaria en caso de una emergencia nacional. Sin embargo, mientras todo ese trigo y arroz se mantienen almacenados, en algunos casos por años hasta que se pudren, millones de indios no tienen suficiente para comer.

Un reportaje sobre la India en The New York Times narraba una historia muy similar bajo el título "En la India los pobres se mueren de hambre mientras el excedente de trigo se pudre": Este año, el excedente de trigo que el gobierno había comprado a los agricultores se pudrió en los campos del Punjab. De la misma forma, el excedente del año anterior quedó relegado al olvido, al igual que el de un año antes, y el del año anterior a éste.

En el vecino Rajastán, situado más al sur, los aldeanos no tenían más que hojas hervidas para echarse al estómago, o, como mucho, una especie de obleas de pan hecho con las semillas de la misma planta, pues el trigo era un lujo para ellos. El resultado de esta escasez fue dramático: uno a uno, niños y adultos, 47 en total, perecieron por problemas de desnutrición. El excedente o "exceso" de comida en la India, donde la desnutrición continúa siendo un problema serio, puede parecer una contradicción en los términos. Sin embargo, los excedentes de alimentos bajo precios de "suelo" son tan reales como la escasez de viviendas bajo los precios de "techo". En Estados Unidos, la gran cantidad de espacio de almacenamiento requerido para mantener cosechas excedentes fuera del mercado llevó, en una ocasión, a medidas tan desesperadas como fue el almacenamiento de productos agrícolas en buques de guerra en desuso, cuando, en tierra, los depósitos de almacenamiento ya estaban repletos.

De lo contrario, el trigo estadounidense hubiera tenido que ser abandonado a la intemperie y acabarse pudriendo, como en la India. Una serie de cosechas extraordinarias en Estados Unidos podría conducir a que el gobierno federal tuviese más trigo almacenado que todo el producido por los campesinos estadounidenses a lo largo de todo un año. El año 2002, en la India, se informó que el gobierno estaba gastando más en el almacenamiento de su producción excedente que en agricultura, desarrollo rural, irrigación y control de inundaciones juntos. Esto constituye un ejemplo típico de la mala asignación de recursos escasos con usos alternativos, especialmente en un país pobre.

Lo que es esencial para entender el papel de los precios en la economía es que los persistentes excedentes son el resultado de la fijación de precios artificialmente altos, tanto como la escasez persistente es el resultado del mantenimiento de precios artificialmente bajos. Pero las pérdidas no consisten simplemente en sumas extraídas a los contribuyentes o a los consumidores y destinadas al beneficio de las empresas agrícolas y agricultores (éstas son transferencias internas de un país, que no reducen directamente el total de la riqueza del mismo), sino que las pérdidas reales del país en su conjunto vienen de la mala asignación de recursos escasos que tienen usos alternativos.

Debido a los precios artificialmente altos decretados por el gobierno, recursos escasos como la tierra, el trabajo, los fertilizantes y la maquinaria, se utilizan innecesariamente para producir más comida de la que los consumidores quieren comprar. Todos los vastos recursos que se utilizan en Estados Unidos para la producción del azúcar son desperdiciados, cuando éste podría ser importado de países del trópico donde se produce a mucho menor coste en un ambiente natural que facilita su cultivo. La gente pobre, que gasta un alto porcentaje de su renta en alimentación, se ve forzada a pagar mucho más de lo necesario por la comida que compran, con lo que les queda menos dinero para otras cosas. Incluso aquellas personas con cupones de alimentos se ven obligadas a comprar menos con dichos cupones cuando los precios están artificialmente inflados. Desde un punto de vista puramente económico, es contradictorio subvencionar a agricultores a través del incremento forzado de los precios, para después subvencionar a algunos consumidores a través de la reducción de sus gastos particulares en alimentos subvencionados, como ocurre en la India y en Estados Unidos. Sin embargo, desde el punto de vista político, es perfectamente posible y conveniente para ganar el apoyo de dos diferentes clases de votantes, dado que la mayoría de ellos no entiende las repercusiones económicas de estas políticas.

A pesar de que las subvenciones y controles de precios agrícolas surgieron durante tiempos difíciles como medidas humanitarias, éstos han conseguido mantenerse mucho más allá de aquellos tiempos porque desarrollaron un conjunto de votantes organizados que amenazan con crear problemas políticos si estas subvenciones y controles fuesen retirados o incluso reducidos. Los agricultores bloquearon las calles de París con su maquinaria agrícola cuando el gobierno francés dio señales de que disminuiría sus programas de agricultura o permitiría la importación de más productos agrícolas extranjeros. En Canadá, los agricultores que protestaban por los bajos precios del trigo bloquearon carreteras y cercaron con tractores la capital, Ottawa. En Estados Unidos, menos del 20 por ciento del ingreso agrícola proviene de las subvenciones estatales. Sin embargo, en Japón éstas constituyen el 40 por ciento de este ingreso. En Corea del Sur y Noruega, este número asciende a más del 60 por ciento.

El cálculo político del control de precios

Si bien los principios económicos son muy simples, sus ramificaciones pueden llegar a ser muy complejas, como hemos visto en relación a los distintos efectos de las leyes de control de alquileres y de apoyo a los precios agrícolas. Sin embargo, el público muy pocas veces llega a entender el funcionamiento de la economía, ni siquiera en este nivel básico, y en vez de ello optan por demandar "soluciones políticas" que terminan empeorando la situación.

Éste de ninguna manera es un fenómeno propio de las sociedades democráticas modernas. En el siglo XVI, España decretó un bloqueo para evitar la llegada de alimentos a Amberes y forzar, así, la rendición de sus tropas rebeldes. Sin embargo, los altos precios causados por el bloqueo provocaron el crecimiento del contrabando de alimentos en la ciudad, lo que permitió a sus habitantes resistir. No obstante, las autoridades de Amberes decidieron resolver el problema del alto precio de los alimentos mediante leyes que fijaban precios máximos para determinados bienes y que penalizaban severamente el cobro de precios mayores. El resultado fue el típico que se deriva del control de precios: un mayor consumo de los bienes a precios artificialmente bajos y una reducción en la oferta de dichos bienes, dado que, sin el incentivo de los altos precios, los contrabandistas se mostraban menos dispuestos a enviar alimentos burlando el bloqueo. Por tanto, la consecuencia del control de precios fue que "la ciudad vivió feliz y contenta hasta que repentinamente se acabaron las provisiones" y Amberes no tuvo otra opción que rendirse ante los españoles.

En el otro extremo del mundo, en la India del siglo XVIII, una hambruna local en Bengala desencadenó una serie de medidas contra los comerciantes de alimentos y especuladores, que se concretaron en la imposición del control de precios sobre el arroz. La escasez resultante provocó una mortandad generalizada por hambre. En el siglo XIX, ante otra hambruna en la India, esta vez bajo el dominio colonial británico y en pleno auge de la economía de libre mercado, se implementaron políticas económicas opuestas, que a su vez dieron resultados opuestos: Al comienzo de la hambruna, difícilmente se podían hacer negocios con el grano que quedaran fuera del control de la ley. En 1866, un gran número de hombres respetables entraron en el negocio del grano, debido a que el gobierno, mediante la publicación semanal de listas de precios en cada distrito, propició que el tráfico de estas mercancías fuese más fácil y seguro. Todo el mundo sabía dónde comprar grano a menor precio así como vender a mayor precio lo que más se requería. A consecuencia de ello, los distritos en los que había un excedente de grano se beneficiaron de las compras, y al mismo tiempo llegó el suficiente grano a los lugares en los que hacía más falta.

Todo esto puede parecer demasiado básico. Sin embargo, el motivo que hizo posible manejar la economía de esta manera fue que el gobierno colonial británico no tenía ninguna responsabilidad frente a la opinión pública local. En tiempos de democracia, las mismas acciones hubieran requerido una opinión pública que entienda los principios básicos de la economía o unos líderes políticos dispuestos a arriesgar sus carreras para hacer lo correcto. Es muy difícil determinar cuál de estas dos posibilidades es más improbable.

Mercados del trabajo controlados.

Los principios de control de precios máximos y mínimos aplican a todos los precios, sean del tipo que sean: bienes de consumo, de capital, terrenos o mano de obra o al "precio" del dinero en términos de otros bienes. Aplican, por ejemplo, a las leyes de salarios mínimos. Cuando una ley de salario mínimo se hace efectiva, eso es, impone un salario por encima del valor de mercado de un tipo de labor (por encima del producto del valor marginal descontado del trabajador), la oferta de mano de obra excede a la demanda y este "excedente no vendido" de mano de obra significa desempleo masivo involuntario. Un salario mínimo selectivo, no general, crea desempleo en determinadas industrias y tiende a perpetuar esas bolsas de paro al atraer trabajadores hacia los salarios más altos. Se acaba obligando a los trabajadores a dedicarse a labores peor remuneradas y de menor valor productivo. El resultado es el mismo independientemente de que el salario mínimo efectivo lo imponga el Estado o un sindicato.

Desempleo. 

Debido a que el gobierno no contrata el trabajo excedente, de la misma manera en que compra productos agrícolas excedentes, éste toma la forma de desempleo, y tiende a ser más alto donde existen leyes de salario mínimo que en un mercado libre.

Si bien la mayoría de las sociedades industriales modernas tienen leyes de salario mínimo, no todas las tienen. Suiza y Hong Kong han sido las excepciones, y ambos han tenido tasas de desempleo muy bajas. En 2003, la revista The Economist informó: "En febrero, la tasa de desempleo de Suiza se acercó al punto más alto en cinco años: 3,9 por ciento". En 1991, cuando Hong Kong era aún colonia británica, su tasa de desempleo era inferior al 2 por ciento. A pesar de que aún no tenía una ley de salario mínimo a fines del siglo XX, en 1997 nuevas enmiendas a su ley laboral bajo el gobierno de China establecieron nuevos beneficios para los trabajadores, que debían ser pagados por los empresarios. La imposición de este incremento de costes laborales fue seguido de, predeciblemente, un aumento en la tasa de desempleo que alcanzó el 7,3 por ciento en 2002, que no es alta en comparación con Europa pero que era varias veces más de lo que había sido durante muchos años. En 2003, la tasa de desempleo en Hong Kong batió otro record: 8,3 por ciento. Como en Hong Kong, muchos países han sufrido enormes tasas de desempleo al fijar un salario mínimo por encima de lo que el mercado puede pagar, tanto en EEUU, Inglaterra, Canadá, ec, etc. Esto se puede comprobar también comparando la situación de distintas ciudades incluso en el mismo país. En las ciudades en donde el mercado del trabajo es considerablemente rígido, el desempleo es mayor a las que tienen un mercado laboral más "libre".

¿Quién se beneficia con el salario mínimo? 

Los sindicatos se benefician de las leyes de salario mínimo, y suelen ser sus defensores más activos, a pesar de que sus propios miembros normalmente ganan mucho más que el salario mínimo. Esto tiene una explicación. Así como la mayoría de los bienes y servicios puede ser producida, o bien con mucho trabajo y poco capital o al contrario, igualmente la mayoría de las cosas pueden producirse utilizando porcentajes variables de trabajo de baja y de alta cualificación, dependiendo de sus costes relativos. Así, los trabajadores sindicados con experiencia compiten por puestos de trabajo con trabajadores jóvenes, sin experiencia y menos cualificados, cuyo sueldo probablemente estará, aproximadamente, al nivel del salario mínimo. Cuanto más suba el salario mínimo, más posibilidades hay de que los trabajadores sin cualificaciones ni experiencia sean desplazados por trabajadores sindicados, que estén bien cualificados y que tengan experiencia. Al igual que las empresas buscan que los gobiernos impongan aranceles a la importación de bienes que compiten con sus productos, los sindicatos utilizan las leyes de salario mínimo a modo de aranceles para subir el precio del trabajo no sindicado, que compite con sus miembros por puestos de trabajo. De ahí que en Sudáfrica, por ejemplo, la revista The Economist informó: El principal sindicato, el Congreso de los Sindicatos Sudafricanos, afirma que la falta de empleo no tiene nada que ver con las leyes laborales. El problema, dice el sindicato, es que las empresas no se están esforzando lo suficiente en crear empleos.

Esta forma simplista de ver el mundo, ignora que los empresarios no son todos dueños de multinacionales. El salario mínimo afecta generalmente a las pequeñas y medianas empresas, que son en su mayoría, el motor productivo más importante de los distintos países, y beneficia a los trabajadores que ya tienen empleo a costa de los que no lo tienen. Así mismo, una multinacional puede darse el lujo y es capaz de pagar sumas más abultadas de dinero a sus trabajadores en comparación a una pequeña y mediana empresa. Esto funciona automáticamente como una concesión monopolistica a las grandes empresas desde el punto de vista empresarial.

Debido a que las personas difieren de muchas maneras, aquellos que están desempleados no son simplemente una porción fortuita de la fuerza laboral. En país tras país alrededor del mundo, aquellos cuyas perspectivas de empleo se ven más reducidas por las leyes de salario mínimo son los más jóvenes, con menos experiencia o con menos cualificaciones. Este mismo patrón ha sido identificado en Nueva Zelanda, Francia, Canadá, Países Bajos y Estados Unidos, por ejemplo. No es casualidad que aquellos cuya productividad está por debajo del salario mínimo son los que tienen menores posibilidades de encontrar trabajo.

En la Francia de inicios del siglo XXI, la tasa nacional de desempleo era del 10 por ciento, pero entre los trabajadores menores de veinticinco años era de más del 20 por ciento. En Bélgica, la tasa de desempleo de los trabajadores menores de veinticinco años era del 22 por ciento y en Italia del 27 por ciento. Durante la crisis global de 2009, la tasa de desempleo promedio de los trabajadores menores de veinticinco años, en los países de la Unión Europea, era del 21 por ciento, con más del 25 por ciento en Italia e Irlanda, y más del 40 por ciento en España. En Australia, la tasa de desempleo más baja de los trabajadores menores de veinticinco años, entre 1978 y 2002, nunca cayó del 10 por ciento, mientras que la tasa de desempleo más alta a lo largo de todos esos años en general apenas llegó al 10 por ciento. Australia tiene un salario mínimo sorprendentemente alto, en términos relativos, dado que el nivel de su salario mínimo es casi un 60 por ciento del salario promedio en el país, mientras que, por ejemplo, en Estados Unidos el salario mínimo representa un poco más de un tercio del salario promedio estadounidense.

Algunos países en Europa establecen tasas de salario mínimo más bajas para los adolescentes que para los adultos, y Nueva Zelanda directamente eximió a los adolescentes de la aplicación de la ley de salario mínimo hasta 1994. Esta medida constituyó un reconocimiento tácito del hecho de que aquellos trabajadores menos demandados eran por lo general los más afectados por el desempleo creado por las leyes de salario mínimo.

Mercado negro del trabajo. 

Los mismos efectos que se pueden encontrar en los bienes y servicios bajo el control de precios, son también aplicables al trabajo. Los trabajadores debido a la imposición de un salario mínimo, así como a la rigidez del mercado laboral, en algunos casos se vuelven menos productivos, están menos al tanto de la eficacia con la que se lleva a cabo el trabajo, pues de todas formas tiene garantizado en "mínimo sustento para la vida". El trabajo pierde calidad. Por otro lado, cuándo algo es muy caro de adquirir, nadie lo desea comprar, en el caso del trabajo, como dijimos, ocasiona que ese "excedente" que nadie quiere comprar, esté desempleado. A la inversa de lo que sucede con los bienes y servicios, lo que atrae a los trabajadores no es el precio bajo, sino que todos quieren trabajar donde el trabajo tiene una remuneración mayor, ocasionando una alta demanda por puestos de trabajo escasos que obviamente no pueden ser satisfechas. Por el contrario, el "excedente" de trabajadores no empleados, termina ofreciendo su fuerza laboral en el mercado negro del trabajo. En este "mercado negro", el empleado no es apañado en cuna de oro como aquellos en "blanco" que tuvieron la suerte de llegar primero al sistema. No tiene las comodidades, los "derechos sociales" ganados que "protegen al trabajador", y que de paso encarecen el trabajo y ocasionan que pocos se beneficien de muchos. Aquí, en definitiva, nadie es protegido.

Por ejemplo El Mundo informó que en España, en un país que ha llegado al 26% de paro y a los seis millones de desempleados (datos de la EPA), se estima que el 8% del PIB es consecuencia del fraude laboral. Un número que, según el informe de la Fundación de Estudios Financieros "La economía sumergida en España", equivaldría a un millón de puestos de trabajo. Aunque la conversión no es tan sencilla como parece en los papeles: la mayoría del empleo sumergido que existe en dicho país no podrían salir a la luz en las condiciones que marca la ley. 

Mientras tanto el diario Clarín de Argentina, dio la noticia de que el empleo en 2019 que más venía creciendo era el de los asalariados "en negro" y el de los cuentapropistas también informales. Además, del número de desocupados, mientras retrocedían los que trabajan "en blanco". En total había 7,6 millones de puestos de trabajo no registrados o en la informalidad y 1.750.000 desempleados a nivel nacional. Los datos del cuarto trimestre de 2018 difundidos por el INDEC marcaban que de la serie que arranca en 2016, durante los dos años siguientes se generaron 547.000 puestos de trabajo, pero solo 49.000 fueron ocupados por asalariados registrados. El grueso correspondió a no registrados o "en negro" (228.000) y cuentapropistas (270.000) de los cuales más de la mitad son "no registrados". 

Esto se repite en muchos países europeos con rígidas legislaciones laborales y salarios mínimos muy por encima de lo que el mercado es capaz de pagar.

Control de cambios. 

Nuestro análisis de los efectos del control de precios aplica también, como ha demostrado Mises brillantemente, al control del precio de una moneda respecto de otra (el "tipo de cambio"). Esto se apreciaba parcialmente en la Ley de Gresham, pero pocos se han dado cuenta de que esta Ley es sencillamente un caso especial de la ley general del efecto de los controles de precios. Quizá este fallo se deba a la equívoca formulación de la Ley de Gresham, que normalmente se enuncia así: "El dinero malo pone al dinero bueno fuera de circulación". En realidad la Ley de Gresham debería escribirse así: "El dinero sobrevalorado por el Estado pondrá al dinero infravalorado por el Estado fuera de circulación". Siempre que el Estado fija un valor o precio arbitrario para una moneda en relación con otra, establece en el fondo un control efectivo de precios mínimos en una y un control de precios máximos en la otra, estableciendo la relación de "precios" entre sí. Esta fue, por ejemplo, la esencia del bimetalismo. Bajo el bimetalismo, una nación reconoce al oro y la plata como monedas, pero fija un precio o tasa de intercambio arbitrario entre ellos. Cuando este precio arbitrario difiere, como tiene que ocurrir, del precio de mercado (y esa discrepancia es cada vez más probable que ocurra según pasa el tiempo y cambia el precio del libre mercado, a la vez que el precio arbitrario del gobierno permanece igual), una moneda queda sobrevalorada y otra infravalorada por el gobierno. Un ejemplo sencillo para entender esto es lo que sucede en nuestro país (Argentina) con relación a los dolares y los pesos.

El peso está sobrevaluado con relación al dolar, por tal razón, el "precio" del dolar "aumenta". No es que aumenta como tal, el precio del dolar sigue siendo el mismo, sino que hay tantos pesos y tan pocos dolares, que el precio del dolar se acomoda con relación a la cantidad de pesos. Hay muchos pesos persiguiendo pocos dolares. En pocas palabras, el peso pierde valor frente al dolar. Para evitar que el dolar siga "aumentando", el gobierno ha fijado un tipo de cambio "oficial" para la compra y venta, obviamente menor del que se aprecia en el "mercado negro", o sea, el mercado real que muestra, valga la redundancia su valor real. A este dolar se lo designa "dolar blue". Lo que acontece es que los dolares con precios "oficiales", "desaparecen" de la economía, y solo se encuentran pesos sobrevaluados. Como nadie compra o vende dolares a precios fijados, los cambios se dan en el mercado negro, o sea, en el mercado real con el denominado "dolar blue". Como vemos, acá se generan todos los efectos del control de precios, escasez, mercados negros, etc. La moneda sobrevaluada desplazará siempre de la circulación a la infravalorada. Así se explica esa supuestamente misteriosa "escasez de dólares" que se extendió por Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Todos los gobiernos europeos sobrevaloraron sus divisas nacionales en relación con los dólares estadounidenses. Como consecuencia del control de precios, los dólares escasearon en relación con las divisas europeas y abundaban estos últimos, en búsqueda de dólares, que no conseguían encontrar.

Resumen. 

Para resumir nuestro análisis sobre los efectos de los controles de precios: Al menos una serie de individuos se ven afectados en sus compras o ventas. Un análisis más detallado revela que los efectos ocultos, pero ciertos, son dañar a un importante número de personas que habían pensado que ganarían mediante los controles impuestos. El objetivo declarado de un control de precios máximos es beneficiar al consumidor asegurando su oferta a un precio inferior, pero el resultado objetivo es impedir que muchos consumidores puedan adquirir el bien. El objetivo declarado de un control de precios mínimos es asegurar precios más altos a los vendedores, pero el efecto será impedir que muchos vendedores vendan sus excedentes. Además, los controles de precios distorsionan la producción y la asignación de recursos y factores en la economía, perjudicando así a buena parte de los consumidores. Y no debemos olvidar el ejército de burócratas que debe financiarse mediante la subsiguiente intervención en los impuestos y que debe administrar y aplicar la multitud de regulaciones. Por sí mismo, este ejército quita trabajadores de labores productivas y los carga sobre las espaldas de los restantes productores, beneficiando por tanto a los burócratas, pero perjudicando al resto de la gente. Por supuesto, esto es el resultado de establecer un ejército de burócratas para cualquier propósito intervencionista.

Bibliografia:

La fatal arrogancia - Von Hayek
Economía básica - Thomas Sowell
4 mil años de controles de precios y salarios - Robert Schuettinger y Eamonn Butler
Caos planificado - Von Mises
Planificación para la libertad - Von Mises
La acción humana - Von Mises
Poder y mercado - Murray N. Rothbard