sábado, 1 de agosto de 2020

Feminismo, política y la cultura de la violencia.


Cooperación social y paz. 

Ludwig von Mises dijo: "Expresar que la sociedad es un organismo es como decir que está fundada en la división del trabajo. Para comprender el total alcance de esta idea es preciso tener en cuenta todos los objetos que se propone la actividad humana y los medios que emplea para lograrlos. Parece entonces que la división del trabajo domina todas las relaciones entre hombres pensantes y con voluntad. El hombre moderno es un ser social, no sólo porque no puede uno imaginárselo que llene sus necesidades materiales aisladamente, sino también porque únicamente la sociedad ha hecho posible el desarrollo de sus facultades intelectuales y de percepción. El hombre es inconcebible como ser aislado, porque la humanidad no existe sino en cuanto es un fenómeno social, y el hombre ha pasado la etapa de la animalidad en la medida en que la acción en común ha estrechado lazos sociales entre los individuos. El paso del animal humano a la persona humana sólo ha podido efectuarse mediante la formación de grupos sociales y en el seno de ellos. El hombre se eleva por encima del animal en la proporción en que se hace social. Este es el sentido de la famosa frase de Aristóteles: el hombre es un animal político".

Para él: "La ventaja de la división del trabajo es siempre recíproca: no se limita a los casos en que el trabajo en común no hubiese podido ser realizado igualmente por el individuo aislado", por ello "El ascenso del rendimiento, que se debe a la división del trabajo, conduce a los hombres a no considerarse ya como adversarios en la lucha por la vida, sino como asociados en una pugna sostenida en común para bien de todos. La división del trabajo transforma a los enemigos en amigos, hace surgir la paz de la guerra y convierte a los individuos en sociedad".

Según Mises: "La sociedad comienza cuando aparece en el individuo la voluntad de obrar en conjunto. Proseguir en común fines que ninguno podría realizar solo o que realizaría menos bien; cooperar, he aquí la esencia de la sociedad". En consecuencia, "De esta manera la sociedad no es un fin, sino un medio, un medio al servicio de cada uno de los asociados para alcanzar sus propios objetivos. La sociedad es posible porque las voluntades de individuos diferentes pueden unirse en una aspiración común, puesto que la comunidad de la voluntad entraña la comunidad de la acción. Si no puedo obtener lo que deseo sino a condición de que mi compañero obtenga igualmente lo que él quiere, su voluntad y su acción se convierten para mí en un medio al servicio de mis propias finalidades. De esta manera, al convertirse mi voluntad en inseparable de la suya, no puedo querer ya frustrar su voluntad. Tal es el hecho fundamental sobre el que reposa toda la vida social".

En definitiva, "La división del trabajo implica la paz y la libertad" y por consiguiente: "El efecto más notable de la división del trabajo es que hace del individuo independiente un ser social dependiente. El hombre social se transforma, mediante la división del trabajo, de igual manera que se integra la célula en un organismo. Se adapta a nuevas condiciones de existencia, deja que se atrofien algunas de sus fuerzas y algunos de sus órganos, a la vez que desarrolla otros. El hombre se especializa". De ahí se desprende que: "La cultura intelectual es el producto de las horas de recreo, de la tranquila comodidad que solamente proporciona la división del trabajo".

Lo que preside la constitución de las sociedades, su conservación y desarrollo, es el espíritu social, el espíritu de cooperación social. Es por ello que Mises explicaba que: "La lucha, en el sentido propio y original de la palabra, es antisocial; hace imposible la cooperación entre los combatientes, elemento que es fundamental para la unión social. Destruye la comunidad de trabajo en donde ya existe. La competencia, al contrario, es un elemento de la cooperación social. Constituye el principio ordenador de la sociedad. Desde el punto de vista social, la lucha y la competencia son diametralmente opuestas", por esa razón concluía que: "La lucha de clases, la lucha de razas, la lucha de las nacionalidades, no pueden ser el principio constructor de la sociedad. La destrucción y el aniquilamiento son incapaces de construir algo".

A lo largo de la evolución social, se fueron adoptando y creando de manera espontánea distintos mecanismos para facilitar la cooperación social. El mercado y el dinero son ejemplos de ello. La familia, el matrimonio, son otros. Mises al respecto decía: "Mientras el movimiento feminista se limite a igualar los derechos jurídicos de la mujer con los del hombre, a darle seguridad sobre las posibilidades legales y económicas de desenvolver sus facultades y de manifestarlas mediante actos que correspondan a sus gustos, a sus deseos y a su situación financiera, sólo es una rama del gran movimiento liberal en donde encarna la idea de una evolución libre y tranquila. Si, al ir más allá de estas reivindicaciones, el movimiento feminista cree que debe combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces es ya un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas a la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma".

Violencia y feminismo.

Hoy en día pocos negarían que el feminismo se ha tornado un movimiento hostil y violento, salvo algunos cuantos necios que, exclamando a los cuatro vientos el viejo lema del socialista frustrado, diría: eso no es verdadero feminismo.

Muchos, por otro lado, intentan justificar la subversión y los daños materiales que ocasionan en cada marcha, bajo la vieja y falaz premisa, de que bueno, así es el ser humano: violento. La sociedad, dicen, se fundó en la violencia. Las guerras, el odio, el crimen, están en nuestro ADN. Pero lo que vuelve "bueno" ese odio y resentimiento en el movimiento feminista, es que se canaliza a través de "buenas causas". En pocas palabras, el fin justifica los medios. No importa que un joven inocente sea linchado por desconocidos luego de ser acusado falsamente por su amiga despechada de haberla violado; no importa que otro joven se suicide por la presión de ser acosado incansablemente en las redes sociales por algo similar; no importa que gente que ya de por si tiene una vida dura, tenga que pagar por los destrozos en la calle, de sus negocios, de sus casas, después de todo, es un mero daño colateral, en el camino hacia una meta superior, trascendental, que vale eso y más.

Como diría Hayek: "El principio de que el fin justifica los medios se considera en la ética individualista como la negación de toda moral social. En la ética colectivista se convierte necesariamente en la norma suprema; no hay, literalmente, nada que el colectivista consecuente no tenga que estar dispuesto a hacer si sirve "al bien del conjunto", porque el "bien del conjunto" es el único criterio, para él, de lo que debe hacerse".

Pero esta práctica, no es nueva. Siempre la violencia se ha glorificado por un grupo u otro, y ha sido el medio puesto a disposición de los más variados movimientos filosóficos y políticos. Pero aquellos que creen que la violencia y el daño son los cimientos de la sociedad, que rodean de un aura de romanticismo la lucha, la guerra, se equivocan sin lugar a dudas. Pues, como dijo Mises: "La sociedad ha nacido por virtud de obras de paz; su ser, su razón de ser, es crear la paz. No es la guerra, sino la paz, la hacedora de todas las cosas. A nuestro derredor vemos que el bienestar surge como consecuencia del trabajo económico, y es el trabajo y no la lucha armada lo que trae felicidad a los hombres. La paz construye, la guerra destruye".

La violencia solo puede engendrar más violencia, más conflictos, y su única consecuencia es destruir la cooperación que hace posible la sociedad. Es la cooperación, y no la lucha, la que en última instancia organiza y cimienta el cuerpo social. La violencia, el odio, el resentimiento, solo puede servir como receta para el desastre. Uno de los acontecimientos históricos más violentos, brutales y sanguinarios, y también, el más elogiado por muchos grupos izquierdistas, es la Revolución Francesa. La revolución comenzó por muy buenas razones, pero en ella se alimentó el resentimiento, el odio, y finalmente llegó el Terror. Se demolió el régimen absolutista por el fervor de las masas. Maximilien Robespierre, uno de los revolucionarios más importantes, señalaría en ese tiempo: "El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible". En el reinado del terror de los jacobinos, no menos de 10.000 personas fueron guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias. La menor sospecha de dichas actividades podía hacer recaer sobre una persona acusaciones que eventualmente la llevarían a la guillotina. El cálculo total de víctimas varía, pero se cree que pudieron ser hasta 40.000 los que fueron víctimas del Terror. Pero bueno, al menos queda el consuelo de que el fin justifica los medios ¿no? ¿lograron los franceses como mínimo alcanzar la paz, la igualdad y la libertad? ¿sirvió de algo tanta violencia y sangre? y... la verdad que no. Tras el reinado del terror tomó el poder Napoleón que sumió a toda Europa, no solo a Francia, en un conflicto bélico masivo y la situación por la que se había iniciado la revolución no cambió en lo más mínimo, salvo por alguna que otra situación particular. Napoleón comenzó una expansión militar e imperial, precisamente, con el fin de llevar la revolución igualitaria a otros países.

La historia de la humanidad está llena de este tipo de acontecimientos. Los bolcheviques, los fascistas, los nazis, todas revoluciones bien intencionadas que terminaron convirtiéndose en dictaduras totalitarias. Pero, dejemos de lado estos casos, y vayamos a lo que es el feminismo ¿la violencia de las marchas o los escraches han servido de algo? ¿hay menos asesinatos de mujeres por cagar en una iglesia, destruir o pintar una estatua, destrozar un comercio? ¿de que forma abolir la familia o el matrimonio ayuda a las mujeres? como en muchas otras cosas, lo que se oye bien (aunque ni siquiera es el caso) pocas veces tiene el resultado que se espera obtener. Las buenas intenciones, la empatía, no son suficientes a la hora de tratar con la realidad objetiva y tomar decisiones de la que dependen muchas vidas. Es cierto que debatir los medios y los resultados pocas veces es tan emocionantes como los categóricos pronunciamientos morales, pero las preguntas sobre que medio es más apto y que resultados empíricos existen sobre determinado tema, son mucho más importante, si es que de nuestras decisiones depende el bienestar de gran parte de la población. En la práctica, la gente termina pagando caro por estas actitudes antisociales. Es una ilusión bastante peligrosa pensar que la injusticia indudable de oportunidades en la vida es una razón para dar a los políticos un control cada vez mayor sobre los recursos de la nación, y cada vez más poder sobre nuestras vidas individuales. El historial de ese enfoque es, como mínimo, aleccionador, cuando incluso la mayoría de los gobiernos socialistas y comunistas fueron forzados por las consecuencias contraproducentes a abandonar la planificación económica centralizada a finales del siglo XX, y cuando los beneficios del estado de bienestar expansivo para algunos en Inglaterra y Estados Unidos ha estado acompañado de dolorosas regresiones sociales en detrimento de cada sociedad en su conjunto.

Los comunistas son, por supuesto, un ejemplo extremo. Pero, bajo cualquier movimiento o conjunto de creencias colectivas, estar del lado de los "ángeles" puede ser una peligrosa autocomplacencia. Una obstinada negligencia a veces llamado idealismo. Este tipo de idealismo puede seducir al pensamiento, reemplazar realidades con preconceptos y hacer que el exceso objetivo de equitación la victoria de alguna visión abstracta, en desafío a la realidad o sin tener en cuenta la verdad y el destino de los demás seres humanos. Por ejemplo, en Argentina, como en gran parte del mundo, la famosa "brecha salarial" entre hombres y mujeres con la misma ocupación desaparece cuando se toman en cuenta las horas trabajadas. El salario de hombres y mujeres, con las mismas capacidades y en el mismo empleo, es igual. Pero lo importante es el relato moralizador absoluto, y la brecha salarial no es ni más ni menos que una trampa estadística basada en ocultar que en promedio (y esto se va reduciendo sistemáticamente) las mujeres trabajan menos horas que los varones y en consecuencia ganan menos... pero por trabajar menos. Es tan simple como eso.

Queda claro que si fuera posible y legal contratar mujeres por el 27% menos de lo que cuesta contratar varones por idéntico trabajo e idéntica cantidad de horas, se contratarían sólo mujeres. Pero la discriminación laboral ha servido al feminismo para ese discurso que inventó una nueva clase oprimida que se corresponde con "todas las mujeres". Un conjunto de víctimas que necesitan cada vez más y más oficinas de estado para rebelarse contra el opresor. Basta con ver la forma en que las "líderes" de los movimientos feministas son premiadas con cargos gubernamentales luego de haber agitado políticamente las causas según la necesidad de sus partidos. Seamos sinceros, no se ven marchas feministas para pedir cupos en los oficios más sucios y peligrosos, que casi exclusivamente realizan varones y donde la posibilidad de obtener privilegios es nula. Acá se pide cupo en la dirección de empresas, las finanzas, la política, etc. Ahí sí la lucha es total. Como dijo la periodista Karina Mariani: "No es feminismo, es elitismo supremacista y constituye una causa con la que se obtienen ventajas y prebendas. No busca la igualdad de oportunidades ni la igualdad ante la ley, sino un entramado de leyes y normas donde no triunfa quien se esfuerza y tiene los méritos necesarios sino las más fanáticas y extremas. ¿Y quién certifica la sumisión a la tribu y a su ideología? una privilegiada cúpula militante intrínsecamente elitista que desprecia las mujeres independientes, que no piensan como ellas o que cometen el pecado mortal de velar por las personas a las que quieren, en vez de sumarse a su causa".

De los años 20 del siglo pasado, hasta ahora, el feminismo se convirtió en lo que Mises había criticado en su clásico libro sobre el socialismo. El feminismo se convirtió en una versión femenina del movimiento bolchevique, y explota el mismo discurso socialista. Mediante un lenguaje simple y básico, apela a emociones e intuiciones espontáneas. Las palabras les dan a sus miembros algo por lo que luchar: la igualdad, la injusticia, la fraternidad, la libertad y fundamentalmente, crean un enemigo al que culpar de que dichos ideales no se cumplan: el capitalismo, el imperialismo, neoliberalismo, los ricos, los hombres, el patriarcado, etc. El logro económico, por ejemplo, a menudo se ve como un mero "privilegio" y el fracaso como "desventaja", borrando nuevamente la distinción entre ex ante y ex post, en detrimento de cualquier estudio empírico de los fundamentos del logro y el fracaso, ya que la distinción misma se desvanece por la magia verbal.

El socialismo, tanto en su versión "clásica", como en actual forma feminista, particularmente convierte en "victima" al sujeto y por consiguiente, le da un nombre al que culpar. El rol de víctima funciona como un mecanismo de protección ante síntomas de miedo o ansiedad. Se trataría de un modelo de evitación donde la persona prefiere no afrontar la responsabilidad de sus acciones ya que no se sienten preparados para el fracaso, y acaban proyectando esa culpa hacia los demás. Constituiría, por tanto, un modo desadaptativo de hacer frente a las dificultades y problemas frecuentes de la vida de una persona. Es mucho más fácil y rápido culpar a un tercero, que analizar detenidamente cada situación y por consiguiente sacar una conclusión concreta respecto al tema. Al eliminar las probabilidades, y enfocarse en un enemigo abstracto común, también vuelve mucho más fácil con quien o que desquitarse. Se alimenta así, el resentimiento. Sigue el clásico esquema marxista que busca dividir la sociedad en dos clases enfrentadas (en el marxismo viejo y duro: capitalistas contra proletarios), actualmente: hombres contra mujeres, blancos contra negros, heterosexuales contra lo que sea. Los pensamientos totalitarios necesitan siempre de un opresor, un enemigo común y para ello usan el miedo, en este caso contra los hombres, para proponer medidas totalmente inútiles que solo destruyen los mecanismos que ayudan a que se desarrolle la cooperación social, pacifica y libre, como pueden ser leyes que van contra la presunción de inocencia, vagones exclusivos para mujeres en los medios de transporte, medidas supremacistas que castigan más a los hombres que a las mujeres por idénticos delitos o reglamentaciones de "discriminación positiva" para que las mujeres cobren más por trabajar menos. A la de por si ya rígida legislación laboral también se quiere obligar a que se contraten mujeres en una cantidad determinada, entre otras cosas.

Las consecuencias son claras: cada vez más gente ve en el movimiento feminista, no un ideal noble, sino una tribu de feminas violentas que vociferan a los cuatro vientos consignas fascistas a un enemigo invisible y abstracto. Cada vez menos personas las toman en serio, y con razón y de hecho, merecidamente. Si el feminismo sigue este camino, glorificar la violencia, la división, el fin de que todo vale para alcanzar una meta superior, y esto implica causar la desintegración social, la destrucción de las instituciones básicas que son cimientos en las que la sociedad se sostiene, buscando la aplicación de su programa bolchevique, diría que empiecen a leer un poco de historia sobre lo acontecido en los tiempos de los soviets, por que es seguro que tendrá el mismo resultado que replicar el modelo soviético pero la planificación, en vez de ser llevada a cabo por hombres, lo será por mujeres.

Como afirma Axel Kaiser, y esto es perfectamente aplicable al feminismo moderno: "El igualitarismo primitivo, que busca nivelar a las personas a través de la ley en lugar de hacerlas iguales frente a la ley, ha sido siempre la más destructiva de las ideologías. Su fuerza viene de antiguos impulsos tribales que aún se encuentran presentes entre nosotros. La idea romántica de un solo colectivo indisolublemente unido, en el que todos velan por todos, es una reminiscencia tribal cuya materialización consecuente debe necesariamente pagarse sacrificando la libertad de los individuos e incrementando el control que la autoridad, reclamando representar el "interés general" que sólo ella es capaz de interpretar, debe ejercer sobre la población. Resulta extremadamente peligroso que este tipo de lógica se instale como la dominante en la discusión intelectual y pública; pues el programa igualitarista, aunque se disfrace de libertad, necesariamente conducirá a la tiranía, específicamente, a una tiranía de la igualdad en que las preferencias individuales serán cada vez menos toleradas".

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